Banderas y pasiones ocasionales

Hay quienes califican de fachas a los que exhiben la enseña rojigualda, pero estas semanas Para compartir las alegrías de los triunfos nacionales parecen hacerse menos ascos al estampado oficial

Sábado, 13 de julio 2024, 02:00

Con ocasión de la brillante actuación de la Selección masculina de fútbol en la Eurocopa, que ojalá termine mañana con la consecución del trofeo, ha vuelto a emerger, como ocurre cíclicamente, el tema de la identificación con la bandera, a la que vemos en las ... retransmisiones de forma masiva, ondeando manualmente o haciendo de capa o, menos delicadamente, de paño de cintura, como toalla de playa. Esta es la realidad visual, aunque el porcentaje de compatriotas que acude a los estadios alemanes sea inapreciable en términos estadísticos globales.

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Naturalmente, la simbología es, desgraciadamente, un tema sensible en España. Hay no pocas personas que, por su declarado republicanismo, denuestan la enseña rojigualda y, a la par, hay quienes califican, sin más, de fachas a quienes la exhiben como muñequera o aprovechan cualquier concentración o crispación política para exhibirla, a todo trapo, en la calle o en ventanas y balcones. En fin, creo que hay una mayoría de personas que pueden tener sus sentimientos y preferencias pero que saben lo que dice la Constitución española y lo que ondea en los edificios públicos, incluidas dependencias de la Unión Europea o de Naciones Unidas, por no hablar de embajadas o buques. Esa es la realidad; lo demás, son deseos respetables. Pero, dialécticamente, esa carencia de unanimidad en la valoración de la bandera está ahí y no se puede negar.

El hecho, vuelvo al fútbol, es que, para compartir las alegrías de los triunfos nacionales, parecen hacerse menos ascos al estampado oficial y, como puede leerse en algunos comentarios cómicos en las redes, en estas semanas no se es ultra por apoyar esos colores e identificarlos con la proeza balompédica.

Personalmente, creo que, en esta cuestión, nos falta un poco de madurez y nunca debió haber guerra de banderas, que todavía vivimos en algunos territorios. Respeto y cada cual que tenga sus afectos y, si hay mayorías que propicien cambios, adelante. Por más que una bandera no sea un bálsamo; un objeto taumatúrgico para resolver las carencias y desigualdades de un país.

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Personalmente, yo no me identifico con esa idea de la sacrosanta imagen de España, como califica a su himno, desde 1911, la Infantería. Yo aplaudo, una vez más, la parquedad prudente del artículo 4 de nuestra Constitución, que se limita a describir cromáticamente la enseña y a reconocer la oficialidad de las banderas de otros ámbitos territoriales. Es un símbolo. De más relevancia, por cierto, que el himno o la Fiesta Nacional (y no me refiero a los toros), de los que nada dice la norma fundamental. Como tampoco hay un escudo 'constitucional', sino legal, desde 1982.

Creo que pelear por un símbolo no tiene, a estas alturas mucho sentido, aunque podríamos hablar largo y tendido de las disputas religiosas en el cristianismo sobre presencia real o simbólica en la Eucaristía y la importancia dada a colocar un mástil en un campo de batalla, en una cima inalcanzable o en la luna. Por tanto, sé que mi deseo de rebajar la épica de la bandera está abocado al fracaso.

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En España, donde ya no es el tema de los colores ni del aguilucho, sino de la voluntad de no pocos ciudadanos de algunos territorios de dejar de ser españoles, el tema se complica aún más, aunque separatismos los hay por doquier. Los independentistas confesos no es ya que abominen de la bandera oficial. Es que, en muchos casos, desean que España pierda, jugando al fútbol o a la rana, aunque muchos jugadores sean paisanos suyos. A los de su tierra los querrían en la selección ideal de su tierra, pero quizá no fueran suficientes porque en los grandes equipos de la Liga española, el porcentaje de estrellas extranjeras es elevadísimo.

En fin, como ha ocurrido numerosas veces y no sólo en competiciones balompédicas, entre la mayoría española hay, en estas ocasiones, una tregua en el conflicto de banderas. Ojalá fuera duradera y las discusiones sobre los grandes temas nacionales no se embozaran con una tela. Respetable y simbólica, pero tela, al fin y al cabo. Y hay mucha otra tela que contar.

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Sin querer generalizar una anécdota, permítaseme contar un sucedido. en los años de plomo, en una importante ciudad vasca. Salía, junto a un colega leonés, de un acto académico y entramos en una taberna a tomar algo fresco. Lo recuerdo perfectamente. Era un local oscuro y con ocho o diez parroquianos dentro. Un televisor y una retransmisión de un partido de España. De inmediato -no sé qué pensarían de aquellos intrusos trajeados-, apagaron el televisor. Cada cual que saque sus conclusiones.

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