Creo que el debate sobre el modelo sanitario en Asturias va a acaparar mucho espacio informativo y no poco tiempo de estudio, debate y reflexión. La señora consejera del ramo, cuya decisión y arrojo en tan sensible asunto es innegable, ha expresado su voluntad de ... escuchar e intercambiar opiniones con los regidores de los concejos afectados -que, ciertamente, son todos- y con organizaciones representativas del sector profesional, así como con entidades de usuarios del sistema que, potencialmente, lo somos todos gracias a la bendita sanidad universal.

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Escribo estas líneas como eso. Como usuario y, en alguna ocasión, paciente. Con los conocimientos no tanto de proyectos nacionales que he dirigido, como de ciudadano que observo, escucho y experimento como beneficiario de las prestaciones del Sespa. No oculto que, pasando no pocos días del año en el primer pueblo del Área Sanitaria I y teniendo una profunda querencia por el Occidente asturiano, de continuo escucho opiniones temerosas del porvenir del Hospital de Jarrio, tan querido entre la población, y frecuentes lamentaciones por aplazamientos de citas, derivaciones o ausencia de especialistas. Esto es algo sabido y los gestores sanitarios, en distintos niveles, no son omnipotentes. Pero está claro que Asturias lidera los estándares de inversión, equipamientos y calidad dentro del Sistema Nacional de Salud y esa ha de ser nuestra seña de identidad frente a otras exhibiciones, a veces provincianas y hasta folclóricas.

Desde el Decreto 112/1984, de 6 de septiembre, al que se debe la división actual, han pasado casi cuarenta años; hemos perdido unos cien mil habitantes; la población se ha envejecido, sin grandes esperanzas a corto plazo en materia de reto demográfico y no son pocos los pueblos despoblados, lo que es una contradicción nominal. Creo que sobre ese texto hubo ocho modificaciones directas y alguna más colateral, pero las demarcaciones, de corte comarcal, siguen ahí, capitaneadas por la referencia de un hospital. Alguno, con historia jurídica digna de tesis -Arriondas- y alguna ciudad con más de un hospital público, hasta llegar a los doce de la comunidad.

Lo que percibo, creo que como cualquier persona que preste atención a lo que se habla fuera de los despachos (aunque sí en las salas de espera), es que, sobre la atención sanitaria y sus carencias temporales de personal (y aún queda un mar de jubilaciones), pesa también el déficit de comunicaciones y de transportes enfocados a unir con celeridad los recintos hospitalarios. Se dice, pensando en hacer pender la organización de las tres grandes ciudades del Principado, que ahora tenemos unas comunicaciones que nada tienen que ver con las de 1984. Y es cierto: pero en la costa y en el área central. Grandas de Salime, Ibias, los pueblos de los Picos de Europa, siguen casi igual y con unos tiempos de desplazamiento que ya son mortales para llegar a las actuales cabeceras de las áreas.

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Yo entiendo que tendrán que reorganizarse algunas especialidades -no sólo reducir burocracia-; es lógico y puede ser operativo, aunque comporte sacrificios de los usuarios. Pero, paralelamente, hay que reorganizar el transporte. Con la antigua Feve no se puede contar por su absoluta falta de competitividad en las alas, pero el transporte en bus sí merece una completa revisión. Sin querer aburrir, pongo tres ejemplos, pensando en las nuevas capitalidades de áreas. De Arriondas a Cabueñes hay, sin trasbordo, un solo servicio en cada sentido, que dura, con suerte, una hora y cuarto, con veintinueve paradas. De Jarrio al HUCA hay seis servicios diarios, el primero con dos horas dieciséis minutos, para poco más de cien kilómetros. Hasta las cercanías del San Agustín, son veinticinco minutos menos, cuando ya se llevan cuarenta y una paradas. De Cangas del Narcea a Oviedo, con unas comunicaciones mucho peores, hay siete viajes al día, entre una hora y cincuenta minutos y dos horas y cuarto, con medio centenar de paradas.

No se trata de dejar a nadie sin servicio, pese al aludido despoblamiento, pero debería pensarse en servicios casi directos, alternando las villas de parada. No es competitivo ni elogiable un transporte público que tarda el doble o más que el particular. ¿No queremos reducir el tráfico privado? ¿No deseamos rebajar la contaminación? Entonces no nos amparemos en que hay mejores carreteras que hace cuatro décadas. Además, cuidado, que, si conducimos nuestro automóvil, aunque sea para fines médicos, igual nos cae una multa por tener caducada la ITV. Que esa es otra.

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