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De entre la interminable saga de manifestaciones de personalidades acerca del riesgo de guerra generalizada en nuestro continente, a partir de la invasión rusa a Ucrania, me quedo con tres, obviando, de momento, el apoyo 'electoral', recibido o cocinado, a la candidatura de Putin.
Selecciono ... tres, siempre desde el dolor que como europeísta siento, ya que lo que es la actual Unión Europea es el penúltimo paso hacia una federación que tiene su principal origen en la superación de los conflictos bélicos entre países vecinos y con culturas comunes. Ya desde 1948 el Movimiento Europeo Internacional, creado antes que las Comunidades, propició la instauración del Consejo de Europa, del que depende el respetado y temido Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Voy con los ejemplos. Uno, aparentemente lejano, pero lanzado desde un país que comparte muchas cosas en común con España como es Polonia, con unos 320.000 km2 y 38 millones de habitantes. Pues bien, desde su Gobierno hemos leído estos días la siguiente advertencia de su ministro de Exteriores, durante una entrevista con la agencia alemana DPA: «Francia tiene derecho a desplegar tropas siguiendo su propia iniciativa si toma esta decisión», ya que «todos los Estados cuentan con esta prerrogativa de forma independiente». No es el reconocimiento de un derecho constitucional, ni la lamentable carencia de unas fuerzas armadas europeas; es una clara invitación a sumarse a la guerra y marcar posición para otros socios, más allá de la ingente y duradera ayuda en material bélico y dinero.
Un poco más cerca –900 km menos que a Varsovia–, el papa de Roma dejó caer unas manifestaciones polémicas que, de mano, sonaron a una petición de claudicación de Ucrania ante Moscú. La realidad, según fuentes vaticanas oficiales fue, que, a propósito del segundo aniversario de la ocupación, el periodista Lorenzo Buccella preguntó al Papa: «En Ucrania, hay quienes piden el valor de rendirse, de mostrar la bandera blanca. Pero otros dicen que esto legitimaría a los más fuertes. ¿Qué piensa usted?». Y Francisco respondió: «Es una interpretación. Pero creo que es más fuerte quien ve la situación, quien piensa en el pueblo, quien tiene el coraje de la bandera blanca, de negociar. Y hoy se puede negociar con la ayuda de las potencias internacionales. La palabra negociar es una palabra valiente. Cuando ves que estás derrotado, que las cosas no van bien, debes tener el valor de negociar. Te da vergüenza, pero ¿con cuántos muertos acabará? Negociar a tiempo, buscar algún país que medie. Hoy, por ejemplo, en la guerra de Ucrania hay muchos que quieren mediar. Turquía se ha ofrecido para ello. Y otros. No te avergüences de negociar antes de que empeore». Y creo, y alguna consulta he hecho a personas conocedoras de la situación y de la personalidad del pontífice, que éste estaba pensando, literalmente, en el riesgo de una Guerra Mundial.
Termino más cerca, con doña Margarita Robles, ministra de Defensa y con fuertes vínculos con Oviedo y Candás. Ya van dos veces en pocos días que nos alerta –expresión muy castrense–, inicialmente desde una entrevista para 'La Vanguardia', de que «la situación en el mundo es muy complicada. Hoy en día un misil balístico puede llegar perfectamente desde Rusia a España. Me gustaría hacer una llamada de atención a la sociedad española, porque a veces tengo la percepción de que no somos conscientes del enorme peligro que hay en este momento. Y no sólo en Ucrania; también en Gaza y en el Sahel (…). La amenaza es total y absoluta como bien saben los países limítrofes, pero no los que no están cerca de la frontera con Rusia, como es el caso de España, donde no hay esa sensación de peligro. Pero la amenaza es total y absoluta. No hay más que oír las últimas –y recurrentes– declaraciones de Putin, en las que habla de la posibilidad de agresiones nucleares. Los países (…) del sur no tenemos esa conciencia, pero la civilización puede ser atacada por personas sin escrúpulos».
Supuestamente, esta situación tiene como escenario Europa, la unida y la del otro bloque (penosa, pero real expresión). Aunque las consecuencias, como históricamente se ha demostrado, pueden extenderse a las grandes potencias y a los países mártires de los demás continentes. Y la Unión Europea puede poco y hasta está supeditada a la OTAN, como explícitamente reconoció el Papa. El fracaso de la ONU y del Derecho Internacional –¿volvemos a hablar de Gaza?– es deprimente. El orden mundial requiere de una revolución pacífica, a la que se niegan quienes no quieren perder privilegios y vetos ni dejar de traficar con el negocio armamentístico.
Y bajando a nuestra tierra: pase lo que pase en las elecciones de Cataluña, se avecina una dura batalla con el tema de la financiación territorial y las cesiones –espero que no claudicaciones– a las peticiones de soberanía fiscal de Cataluña. De momento, los líderes socialistas de otros territorios, empezando por el asturiano, siguen firmes en su oposición radical. Pourvu que ça dure!, que dijo la madre de Napoleón. Sólo me ha enojado el «no va con nosotros, que ya tenemos convenio y cupo propio», lanzado supuestamente desde el socialismo navarro. La insolidaridad verbal también amenaza y rompe la igualdad de los españoles, que es la más genuina unidad de España.
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