Alejandro Nieto, una llama inextinguible

Abogado, historiador, escritor... Fallecido el martes, a los 93 años, gozaba aún de lucidez juvenil para deslumbrarnos con su creatividad o su especulación crítica

Sábado, 7 de octubre 2023, 00:19

He leído muchas veces, porque es algo generalizado, comparaciones de la vida con la lucha, la guerra, las batallas... Hasta obras literarias hay al respecto, que no es cosa de glosar aquí, dada la obviedad del símil. Y en ese transitar ante las adversidades, como ... en las trincheras, a diario hay bajas, dolorosas siempre y no necesariamente vinculadas a la senectud. Bien lo sabe la prensa asturiana y este diario en particular.

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Pero tampoco es siempre un consuelo la edad avanzada cuando la persona que se va o bien mantenía una sólida relación afectiva con sus próximos, o gozaba de una lucidez juvenil con la que afrontar mil combates dialécticos y deslumbrarnos con su creatividad o su especulación crítica.

Este último caso acoge a personalidades de la talla del profesor Alejandro Nieto, fallecido el martes, a los noventa y tres años. De su situación crítica y luego deceso, me tuvieron al tanto mi maestro, Francisco Sosa Wagner, y mi amigo de la infancia salense, Benigno Pendás. Confieso que, pese a la esporádica relación, siempre admirativa, que mantuve con Nieto, sentí como si se esfumara uno de los cimientos de mi formación, aunque pronto comprendí que una cosa es el sentimiento y otra el bagaje cultural que, hasta persona tan limitada como yo, he recibido de su obra, ciertamente monumental.

Antes de tratarle personalmente y siempre bajo las indicaciones de mi maestro, había leído sus obras sobre los montes comunales o la burocracia, entre otros muchas, así como una insuperable polémica en un tema basal de la disciplina, mantenida con el profesor Ramón Parada en la 'Revista de Administración Pública'. Luego, hace cuarenta años, lo conocí presidiendo en Madrid el tribunal de las primeras oposiciones que realicé. Fue en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas del que, por entonces, era presidente, para extrañeza de algunas mentes, de las de sólo matraz y microscopio.

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A partir de 1987, al alcanzar yo la cátedra de Murcia, tuve la fortuna de coincidir con Nieto en muchas de las reuniones anuales de la Escuela de García de Enterría, rotatorias por toda España. Mientras tanto, me iba enriqueciendo con obras de esa década, sobre 'La organización del desgobierno' -en 2005 extendido al ámbito judicial-, sobre la tribu universitaria, o sus excelentes 'Estudios históricos sobre Administración y derecho administrativo'. Y así hasta el presente, pues sus libros, nunca conformistas ni meramente descriptivos o de análisis ortodoxo, fueron poblando mi biblioteca, para entender mejor de la corrupción, el arbitrio judicial y el malestar de los jueces (esos a los que el Gobierno en funciones ha engordado la nómina), de la 'Crítica de la razón Jurídica', o -siempre intuitivo, porque lo publicó antes del 'procés'- de la rebelión de la Generalidad en 1934; él que había sido un inolvidable profesor en Barcelona. También, en sus últimos años, prestó atención a la Primera República española, a Mendizábal y, aún el año pasado sacó a la luz sus reflexiones en 'El mundo visto a los noventa años'. Y no me refiero más a sus numerosas obras por razones de lugar y espacio.

Sí tengo un recuerdo muy personal de Alejandro Nieto que no me resisto a contar. A mediados de los noventa, en una de las reuniones de los discípulos de Enterría por tierras gallegas, salí a dar un largo paseo y entré en una preciosa iglesia rural, románica. En la oscuridad, divisé a un caballero -despojado de su boina, tan frecuente- y resultó ser, en efecto, don Alejandro. En un banco y luego paseando, mantuvimos una larguísima conversación, muy fructífera para mí. A la semana, recibí en mi casa un libro -Los primeros pasos del estado constitucional...', sobre la Regencia de María Cristina de Borbón, junto a una carta que conservo y en la que, aludiendo a nuestro encuentro de Galicia, me decía que ya que yo también era consciente de que el mundo no se acababa en el Derecho, me agradecería una recensión a la obra que me enviaba. Un volumen soberbio que recomiendo a quien no lo conozca. Hice la reseña -una más- en la 'Revista de estudios de la Administración Local y Autonómica'. Y fue un honor, porque la obra mereció el Premio Nacional de Ensayo.

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Lo siento mucho, precisamente en tiempos de 'desgobierno en funciones' y sólo me queda trasladar este sentir a su familia, discípulos directos y a mi propio maestro quien, en familia, gozó de muchas estancias estivales en Castilla junto a don Alejandro y al también llorado Ramón Martín Mateo.

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