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Una de mis obsesiones como escritor es intentar que la creatividad se mantenga intacta hasta una edad avanzada. Hay autores que escriben sus mejores novelas muy jóvenes y el resto de su vida es un juego de autoparodia o directamente decadencia. Sin embargo, hay otros ... que logran sus trabajos más brillantes a edades patriarcales. Entre ellos, se encuentra un coloso: Norman Mailer. La primera vez que leí 'El castillo en el bosque' me quedé fascinado, no solo porque era una novela poderosa, sino porque su autor la había entregado en 2007, el mismo año de su muerte, ya con 84 años. Para alguien que había empezado tan fuerte con 'Los desnudos y los muertos', terminar aquel libro con semejante pujanza se me antojaba algo prodigioso. Entiendo que no depende de ti, pero saber que existen escritores que lo han logrado te da esperanza. Otro de mis referentes, E. L. Doctorow, publicó la fantástica 'Homer y Langley' con 78, seis años antes de morir. Posiblemente es su obra maestra junto con 'Ragtime', que escribió con 44 años. Podríamos recordar también a Vargas Llosa, que publicó 'La fiesta del chivo' con 64 años, aunque a partir de ahí su poder como narrador haya caído en picado, o a Defoe, que escribió 'Robinson Crusoe' con 60 años. Aunque no nos despistemos: hoy quería hablar de Mailer.
La carrera del chico de New Jersey es de las que apenas tiene parangón. Y no solo me refiero a su dispersa vida: soldado en el Pacífico, candidato a la alcaldía de NYC, borracho, machista, pendenciero, excesivo y teatrero, padre de nueve hijos… Se peleó con William Styron, con Truman Capote, con Gore Vidal. Le clavó una navaja en la espalda a una de sus esposas. En la película 'El dormilón', Woody Allen aparece ante un científico diciendo «este es un retrato de Norman Mailer. Legó su ego a la facultad de Medicina de Harvard». Todo esto, siendo llamativo, no es lo que importa de Mailer. Él era el último vástago de una tradición de grandes machos americanos, como Jack London o Hemingway, aunque acabase acostándose con travestís (y el mismo Hemingway, ya de mayor, se vistiera de mujer y le pidiera a su pareja que le practicase sexo anal). No, lo que importa son sus libros, la intensidad con que los escribe, las ráfagas de fuego divino en cada página.
'El castillo en el bosque' trae a la palestra la infancia de Adolf Hitler, una historia que es contada por su demonio tutelar, un satán de segundo rango que busca, a través del siniestro infante, la posibilidad de ascender en el escalafón. La novela es maléfica, irónica, con una estructura juguetona, y te lleva en volandas hasta la última página con una sola pregunta: cuál es el momento en que todo se tuerce, qué invisible línea es cruzada y decide que décadas después haya 60 millones de muertos. Si rebobinamos, nos encontramos con ensayos literarios tan potentes como 'El combate', la crónica de la pelea entre Muhammad Ali y George Foreman por el título mundial. Épica y deporte se dan la mano gracias al talento de Mailer, 'vuela como una mariposa, aguijonea como una abeja', mientras los dos boxeadores se enfrentan en ocho asaltos legendarios, rodeados por una corte los milagros, y en un país, Zaire, gobernado por el sátrapa Mobutu. Si lo que le gusta es la novela negra, en 'Los hombres duros no bailan' encontrará género en su estado más puro y tenebroso: un escritor fracasado que tras una borrachera se despierta implicado en un terrible asesinato. De ahí puede pasar a la novela histórica 'Noches de la antigüedad', en la que Mailer hace despliegue de erudición y cuenta la historia de Menenhetet, un hombre que nos desgranará sus cuatro vidas como auriga, general, mago y ladrón de tumbas. Violencia, sexo, profundidad psicológica, el gran escenario de Egipto. Los artículos recopilados en 'América' son una panoplia de trabajos brillantes, que van desde las campañas de Kennedy y Clinton, pasando por los toros o el boxeo, reseñas sobre libros capitales como 'American psycho', cartas abiertas a Castro, encuentros con Kissinger, siempre en la búsqueda radical del rostro mutante del imperio americano. En 'Un arte espectral', Mailer nos habla del oficio, cincuenta años de profesión, reflexiones sobre Tolstoi, Dostoievsky, Updike, DeLillo…
Capítulo aparte merecen un par de libros, que están entre mis preferidos. Por un lado, una pequeña pieza, 'El Evangelio según el hijo', un librito delicioso, que sigue la estela de su obsesión por los grandes mitos, Marilyn Monroe, Hitler, Oswald, Picasso, Cassius Clay. En este caso, se atreve con el mismísimo Jesucristo, el retrato de un hombre de carne y hueso, abrumado por la tarea que le ha sido encomendada. Por otro lado, una obra magna, 'El fantasma de Harlot', una salvajada de más de mil páginas, minuciosa, obsesiva, sobre la historia de la CIA, sus logros, sus miserias, sus guerras alrededor del globo. Un análisis del poder imperial, la labor autoimpuesta de regir el mundo, el choque cruel con otro imperio, la URSS, capitalismo versus comunismo, la infiltración, el contraespionaje, el terrorismo de estado. La novela es descarnada, atroz, un logro en cuanto a rotundidad y contundencia, páginas profundamente filosóficas sin perder la tensión o el ritmo. Escucharán esta epopeya de labios de Harry Hubbard, escondido en un hotelucho de Nueva York, en peligro de muerte, unas memorias desmesuradas, una parábola sobre el sufrimiento y la redención de los hombres.
Leer a Mailer. Me da fe en el oficio. Me motiva. Me entusiasma. A veces, cuando me comparo, me desespera. Leer a Mailer te obliga a 'pelear de cerca', como los mirmidones de Aquiles. Te lleva a tener siempre presente la divisa de los Altieri: 'Tan alto como se pueda'. Te deja claro que si lo que quieres en literatura es importante, lo vas a pagar con sangre y a tocateja.
Eugenio Montale decía de 'El Gatopardo' que era la novela de un hombre que parecía comprenderlo todo. Con Norman Mailer pasa algo similar. Si, como la iglesia, somos escritores que no aspiramos a ser eternos, sino a durar lo que dure el mundo, hay que leer a Mailer.
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