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Carlos López Otín será Hijo Adoptivo de Asturias. El reconocimiento ofrece algo de justicia a un investigador que decidió venir a una región en la que la regla general había sido la contraria: ver cómo sus mejores talentos alcanzaban la cumbre en Madrid o Estados ... Unidos, pero no en la tierra que los había visto nacer. El bioquímico oscense rompió la regla y durante décadas ha liderado la investigación asturiana. Hasta que una despiadada caza de eminentes científicos encontró en él uno de sus mayores trofeos. Una campaña de aniquilación de figuras prominentes y cuyos verdaderos artífices jamás han dado la cara.
Otín no ha sido víctima de ningún error, sino del momento que le ha tocado vivir, una época en la que la sospecha se convierte en culpabilidad hasta que la víctima demuestre lo contrario y que magnifica la anécdota en una red global donde héroes y villanos se construyen con acciones orquestadas, falaces y efímeras, pero con frecuencia tan exageradas o crueles que nada tienen que ver con la realidad. Y Otín, que se mueve como un pez en el agua de la ciencia, pero que transita por la vida con unos principios tan sólidos como quizás anacrónicos, vio cómo parte de quienes le halagaron hasta deificarle se volvían contra él como una jauría. Se vio obligado a pelear en una guerra que nunca quiso librar y para la que, paradójicamente, ocupado como andaba en secuenciar el genoma, estaba peor preparado que cualquier hijo de vecino.
López Otín sufrió la calumnia, la humillación y asegura que también el acoso. Además, el vacío de muchos que ahora se acercan a él para vitorearle al comprobar que ha sobrevivido. Bienvenido sea el aplauso, ya que en cualquier caso lo merece. No solo por sus muchos e incuestionables logros científicos. El principal legado de Otín es su escuela, que perdurará aún más que sus trabajos. Una cantera de investigadores que en muchos casos no han emigrado porque trabajar junto a él compensaba la incomprensión de un país que sitúa la ciencia en un pedestal que luego apuntala con unos tablones. Tal vez por eso, la mejor lección de Otín ha sido dejarnos ver que el genio se sostiene sobre la fragilidad del ser humano.
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