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Sé la impotencia y la rabia que se siente tras perder a un ser querido en un accidente en el trabajo. Mi padre murió a ... los 54 años, era un grandísimo trabajador y sufría del corazón. En la empresa sabían de su dolencia, pero un jefe del hotel en el que llevaba apenas unas semanas trabajando le ordenó que moviera unos muebles bastante pesados. A él le dio 'corte' decir que no –ni siquiera era una responsabilidad suya–, temía perder el trabajo, y al final acabó perdiendo la vida. Murió días después de un infarto «por un sobreesfuerzo realizado», nos dijeron en la UCI del Hospital de Cabueñes.
Sé que un infarto no es lo mismo que caer diez metros desde una grúa en El Musel o que te golpée en la cabeza el andamio de una obra, pero siempre he pensado que si mi padre se hubiera negado a mover esos muebles, seguramente le habrían despedido, pero puede que hoy estuviese vivo. Han pasado treinta años de aquello, y los trabajadores siguen muriendo por falta de prevención laboral y porque muchos no pueden ni se atreven a decir que 'no' cuando ven que algo no funciona. La familia de Pedro Rodríguez, el trabajador de 62 años que falleció el martes en Nuevo Roces –falló una de las patas del andamio y le cayó en la cabeza–, relató a EL COMERCIO que en los últimos días había estado recolocando redes de seguridad que estaban mal puestas. Sabía que algo no iba bien. Trece personas han muerto en accidente laboral en Asturias este año. Muertes que podrían haberse evitado. El Principado ha activado un plan de choque, pero, como no actuemos con celeridad, seguiremos muriendo en el trabajo.
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