En Gijón, el turista que accede a la ciudad -bien por tren, bien por carretera- se topa con una imagen urbana que poco invita a querer volver de visita. Es posible que quienes vivamos en Gijón no percibamos esos detalles, y que por superviviencia torera ... los incorporemos al ADN local. Pero no es normal tener una estación ferroviaria que parece sacada de la casita de Pinypon, otra de autobuses con explanadas al aire libre, como si aquí tuviéramos el clima de Málaga, y un viaducto como el de Carlos Marx (a la mismísima entrada de Gijón) donde en lugar de 'Letronas' hay un 'bonito' y amplio basurero, insalubre a la par que inmundicio. Las fotos que acompañan a la información de hoy en EL COMERCIO hablan por sí mismas y no necesitan demasiados comentarios que añadir: Gijón recibe a sus turistas con basura. El caso es que mucho se debate sobre turismo sostenible, sobre la necesidad de desestacionalizar la llegada de visitantes más allá del verano o cómo hacer que los cruceristas que arriban por barco a El Musel (ya hablaremos otro día de la necesidad o no de una terminal para cruceros) se queden a pasear y gastar su dinero en la ciudad en lugar de subirse a un autobús para ir a Covadonga, a los Lagos o a Oviedo. Pero poco se habla de esa otra cara de Gijón, la que ven los turistas cuando bajan de un tren aprendiz de AVE, cuando van a pasear por una Cimavilla inundada de grafitis o se pierden por un 'solarón' embarrado hasta los tuétanos. Eso también es Gijón.

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