![Lo de vivir el instante](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/2023/07/14/imagen-articulo-kL2H-U200773271022wKF-1200x840@El%20Comercio.jpg)
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Aprender lo importante nos cuesta una vida entera, aunque nos engañemos y repitamos lo que sólo en el último minuto de nuestra existencia seremos capaces de comprender en lo profundo: que únicamente el instante es importante, único, irrenunciable.
Creemos que lo sabemos, y hasta el ... más tonto es capaz de enarbolar lo del carpe diem como quien recita una jaculatoria. Los libros de autoayuda, plagados de fórmulas infalibles, nos recuerdan machaconamente lo que ya creemos saber: que solo tenemos el ahora, que no hay que sacrificar lo importante por lo urgente. Creemos que el ahora es solo el prólogo del después, ese tiempo impreciso en el que seguro, seguro, seremos felices, porque se nos curará el dolor ese que tenemos en una rodilla, adelgazaremos los kilos que nos sobran, terminaremos de pagar la hipoteca, conseguiremos un reconocimiento en el trabajo, encontraremos a la persona con la que compartir la vida, tendremos un hijo, o nuestro hijo por fin se emancipará, o nos jubilaremos y definitivamente viviremos en ese estado de tranquilidad feliz que siempre hemos soñado. Pero mientras los días son ese catálogo de ansiedades, proyectos y previsiones, nos repetimos que la felicidad son las cosas pequeñas, que el dinero nada tiene que hacer frente a la gratuidad de una puesta de sol, que lo importante es la salud.
Nos hemos acostumbrado a decirnos todas esas obviedades, que cuando no traspasan el umbral de la comprensión profunda no son más que una sarta de mentiras azucaradas, sabiamente administradas, a veces con el candor de la estupidez y otras con la más perversa de las intenciones. Y mientras las enumeramos (que muchas veces ni eso), seguimos en el empeño estéril de postergar el derecho a ser felices porque es imposible creer que lo único importante es este momento, mientras la cabeza, la voluntad y cualquier empeño sigue instalado en ese futuro que creemos perfecto, y solo es condicional, en el que por fin alcanzaremos el bienestar.
Aprender lo hermoso (Silvio dixit) nos cuesta una vida. Y en esas andamos, derrochando días en conflictos que nos envenenan, en morirnos de sed cuando estamos con el agua por las rodillas, en seguir con todo lo que no nos gusta porque hemos empeñado quién sabe qué palabra o qué esfuerzo o qué cabezonería en ello, y cómo ceder y claudicar ahora. Asistiendo angustiados a lo que se nos presenta como fundamental e importantísimo, que en realidad responde a intereses que sólo favorecerán a otros. Instalados en la obstinación, en la carrera inútil, en el fanatismo, en la intransigencia, y todo ello con un objetivo, el de una felicidad que alcanzaremos de un modo u otro, una vida mejor que nos espera y que aunque hemos descartado lo de la eternidad y el paraíso, hemos sustituido por el momento en que tengamos dinero suficiente, un coche nuevo, o el viaje de nuestros sueños.
Igual deberíamos aprobar de una vez la asignatura que siempre dejamos para septiembre, y entender (pero más allá de repetirlo como loros) que esto es lo que tenemos: la lluvia que nos moja, la piel recién estrenada de un bebé, el sol tiñendo de rojo el cielo, el sabor de una cereza, la página gloriosa de un libro. Y que para qué más.
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