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Les ahorro el nombre en inglés de esa nueva tendencia. En español sería algo así como 'Ver la vida en lugar de hacer turismo' y no es que sea muy nuevo. Desde hace mucho tiempo ha habido esa búsqueda de diferenciarse que han hecho los ... viajeros frente a los turistas. Los primeros, aureolados por la distinción que confiere lo de ir a su bola, explorar lo inexplorado, mantener contacto con la gente de cada lugar, descubrir lo ignoto, frente a los turistas, ya se sabe, aborregados, incultos, y miopes. Pero ni los turistas quieren serlo (también quieren, en su mayoría, gozar del estatus emocional de sentirse viajeros) ni los viajeros consiguen serlo como les gustaría: al final los unos y los otros terminan compartiendo vuelos, hoteles, y subir al Everest, recorrer la Muralla China o pasear tranquilamente por la otrora tranquila Santorini es una auténtica romería.
Así que, mientras los habitantes de las ciudades son expulsados de sus casas y sus calles en pro de los pisos turísticos, esa plaga, y se le quitan a uno las ganas de pasear por su propio entorno, mientras algunos (pocos, menos de los que pudiera parecer) sí que ven incrementado su beneficio económico, los propios viajeroturistas despotrican por la cantidad de gente que se encuentran en todas partes. Y, lo que es peor, lo difícil que resulta hacer una foto en condiciones de esos lugares emblemáticos que tan bien quedan luego en las redes.
Esa tendencia de la que les hablaba y que ha empezado a formar parte de una campaña noruega para promover aquellos lugares que normalmente no reciben turismo, puede estar muy bien, no digo yo que no. A lo mejor, durante algún tiempo, que los turistas se presenten atraídos por los encantos de cualquier pueblo diminuto y nunca reseñado en ningún sitio, está bien. Pero igual se trata de trasladar el problema, de cambiar el escenario, pero con un número de personajes en escena similar, atraído también por eso de 'ver la vida' en lugar de hacer turismo.
A mí me cuesta mucho entender esas publicaciones (personales o de medios de comunicación) que reseñan esos pueblos secretos, esos rincones desconocidos, esos paraísos de tranquilidad: «El lugar en el que me relajo, mi reino secreto». Vaya, que si es secreto y es tan maravilloso, y lo disfrutas tanto, a ver por qué lo publicas con gran profusión de fotos y con indicaciones de localización. Como si no supiéramos lo fácil que es de convencer la gente a la que le gusta eso de moverse de un lado a otro sin parar. Ya verás lo que tardan en invadir ese remoto remanso de paz.
Da igual, siempre pensaremos que el problema son los otros, la masificación de la que, mochila en ristre o coqueta trolley de ruidosas ruedas aturullando, no parecemos formar parte. Los que hacen interminables las colas en los museos, los que dificultan la entrada en los restaurantes, los que encarecen con su presencia lo que un día fue un oasis, son siempre los otros.
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