El otro día leí unas declaraciones del editor Constantino Bértolo con las que no puedo estar más de acuerdo por más que sean muchos los que se me echen encima. Decía que sería partidario (digo yo que hablaba como pura hipótesis fantástica) de proponer una ... ley que permitiera que los escritores escribieran cuanto quisieran pero que solo pudieran publicar tres libros en toda su vida. A partir de este supuesto las elucubraciones, los argumentos, pueden ser muchos y variados, y desde luego estoy segura de que la mayor parte de mis colegas me considerarán una blasfema, pero confesaré que además de lo estrafalaria que sería tal situación (incluyendo interesantes posibilidades como la existencia de mercados negros de libros inéditos, novelas clandestinas, formas imaginativas de sortear la prohibición), hubo una noticia que leí más o menos por los mismos días que terminó de convencerme de lo acertado del asunto.
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Y es que, amigos, la Inteligencia Artificial se impone. Y nosotros, los obreros de las palabras, estábamos tranquilos porque hasta ahora no nos parecía una amenaza, sobre todo después de haber intentado solicitarle algún poema a Chat GPT4 y comprobar la pobreza de las imágenes, la torpeza en el manejo de las emociones y lo ripioso y lamentable del resultado. Pero una vez más queda patente que hemos vuelto a equivocarnos. Parecía que lo nuestro quedaba al margen, porque, oye, está bien que la IA se maneje en asuntos técnicos y científicos, pero lo del alma y la emoción era harina de otro costal: el arte siempre estaría por encima.
Hasta que empezamos a darnos cuenta de que lo mismo era una trampa y lo que creíamos que sería la tarea reservada a los humanos en un mundo con la Inteligencia Artificial desarrollada, es decir, la parte creativa, artística, intelectual, y que las tareas repetitivas, mecánicas corresponderían a las máquinas, se está dando la vuelta. Música, fotografía, pintura, literatura… todo aquello que pensamos que era patrimonio exclusivamente nuestro está siendo secuestrado sin miramientos por la Inteligencia Artificial que hace y deshace a su antojo. Eso sí, lo hace gracias a los infinitos datos que se dedica a utilizar sin ningún tipo de mala conciencia de todo lo que la creatividad humana ha producido a lo largo de los siglos: lo mezcla, lo reordena, lo reubica, lo reconstruye, y puede producir obras de arte de cualquier disciplina en cuestión de segundos. Y cada vez son mejores para nuestro herido amor propio. Y si no lo son, a quién le importa.
Amazon decidió hace unos meses poner coto a la autopublicación de libros escritos con IA. Ahora, cada autor solo podrá publicar tres títulos por día. Sí, por día: tres libros escritos (y publicados) frente los tres por una vida, que preconiza Bértolo. Dicen los análisis que de cada cien novelas de las llamadas románticas publicadas en la plataforma, solo diecinueve no son fruto de la Inteligencia Artificial. Con estos datos no es necesario hacer comentario alguno.
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Y como eso de la calidad literaria importa muy poco, sigo pensando que la idea de Bértolo no es nada disparatada: frente a la producción de objetos, presuntamente artísticos, como churros, habría que buscar la excelencia absoluta. Y ya les digo yo que publicar tres libros realmente extraordinarios está al alcance de muy pocos. Y lo de valorarlos y disfrutarlos de muy poquitos más.
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