Es cierto que no somos mucho de pensar antes de hacer. Que levante la mano el que lee los libros de instrucciones antes de poner en marcha algún aparato, por complicado que sea. Probamos y si con suerte todo funciona, pues estupendo. Tampoco nos paramos ... a pensar en ninguna otra circunstancia: somos más de embestir, al menos nueve de cada diez, como decía el poeta.
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Y mucho me temo que esto que nos sucede cuando compramos un 'smartwatch' o cualquier otro chisme, ocurre a otros niveles, de forma que casi toda nuestra vida está circunscrita al método del ensayo/error que practican quienes han de tomar las decisiones importantes. Nadie se lee los manuales de instrucciones y ante la duda siempre se piensa que de surgir un problema ya se solucionará con un tutorial de Youtube: lo del río y el puente, ya saben.
El caso es que, en este escenario en el que ponemos a prueba siempre nuestra capacidad para equivocarnos, llama poderosamente la atención que, de pronto, alguien solicite una especie de tiempo muerto, una tregua que nos permita pensar hacia dónde vamos en todo lo que tiene que ver con la inteligencia artificial. De momento nos reímos con Chat Gpt y sus múltiples errores, mientras nos preguntamos de dónde saca la información tan equivocada (sí, igual es que sangro por la herida porque a mí en concreto me atribuye títulos que no he escrito en mi vida, y encima, uno de ellos tiene una falta de correlación verbal, que ya es el colmo). Pero esto, que ahora son risas y que nos tomamos como un juego de salón, es el prólogo de un mundo que tiene como consecuencia inmediata que si la realidad ya era un magma confuso y de difícil comprensión, ahora sencillamente dejará de existir. Las posibilidades técnicas que permiten jugar con las voces, las imágenes, la creación de realidades absolutamente inventadas, no es que dificulten conocer la verdad, cosa que ahora ya resulta complicado: es que sencillamente la harán irreconocible. Se podrán atribuir a inocentes cuantos delitos nos venga en gana con vídeos creados al efecto, y los vídeos reales que pueden probar delitos serán puestos tan en duda, que no se considerarán y servirá para que los delincuentes no sean castigados. Si ahora les parece que los medios de comunicación fabrican la realidad que interesa a quienes están detrás, esperen a ver el sindiós que puede ser la multiplicidad de realidades creadas.
De momento la opción de ir prohibiendo el chat GPT en algunos países parece, me temo, una tirita endeble para la gran herida. La razón de esa prohibición también se me escapa, porque el debate, me parece a mí, es mucho más amplio.
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Habrá que legislar, dicen los optimistas, pero todos sabemos lo que supone eso: si vamos una docena de pasos por detrás de la tecnología es una batalla perdida. Por eso, igual habría que pararse a pensar, detener durante seis meses las investigaciones en torno a la Inteligencia Artificial, como propugna un grupo de científicos. Y aunque es muy posible que tras esa petición también haya intereses igual de sospechosos, no estaría mal tomarse en serio todo esto, que incluso a los integrados, en cuyas filas siempre he militado, no deja de parecernos que nos aboca necesariamente a un mundo fascinante, sí, pero también bastante apocalíptico.
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