Con lo que nos reímos a costa de aquella especie de performance de un político, ya fuera de juego, cuando en un debate electoral nos invitaba a escuchar el silencio, y ahora resulta que vienen los estudios científicos a demostrar que (también lo decían Simon ... y Garfunkel, con más arte y más armonía) el silencio está lleno de sonidos.
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Como nos habíamos aprendido las definiciones, siempre creímos que era justo al revés, que el silencio era la ausencia de cualquier sonido, y por tanto haber cómo se podía percibir la nada, pero los tiempos adelantan que es una barbaridad y siempre habrá unos sabios en la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, o en cualquier otro sitio que se entretengan midiendo, contabilizando y llegando a conclusiones que nos descolocan, porque estaba muy ien la imagen más o menos poética que nos llevaba a interpretar qué se decía, qué sonaba, qué fantasmas susurraban qué, cuando no se oía nada, pero ahora que todo adquiere esa condición de cientifismo, nos quedamos tan huérfanos de silencio como los poetas de otro siglo se quedaron cuando la luna, que había sido el objeto de su inspiración, se vio de pronto profanada por las huellas de las botas de los astronautas.
Pocos lujos hay mayores que el silencio. Lo saben quienes en verano padecen verbenas interminables cuyos bailables se cuelan hasta el último rincón de un sueño fugitivo. Lo saben quienes fin de semana tras fin de semana soportan bajo su ventana la jaranera expansión de los que, obviamente, no han de madrugar al día siguiente. Lo saben quienes viven cerca de aeropuertos, los que padecen los ruidos que genera ese afán reformista de los vecinos permanentemente en obras. Quienes intentan -vano afán-, sacar algo en limpio de alguna tertulia televisiva en la que todos hablan a la vez. Quienes naufragan en el nocturno océano de gritos, de palabrería inútil y chunda chunda.
Que se pueda escuchar el silencio podría parecer una paradoja, pero no pilla de nuevas a los que saben que si uno está atento no es difícil descifrar en él todas las respuestas, porque en lo que algunos nombrarían como la nada, en esa inexistencia de sonido alguno, habita la verdad desnuda de lo que somos y lo que podemos ser. Este hallazgo científico que lleva a los estudiosos del asunto a afirmar que es posible oír el silencio, nos descubre en realidad una forma de percibir la ausencia, de llegar a lo más profundo de nosotros, donde habita la contradicción y donde inexplicablemente, todo es posible. Con medida o sin ella, con confirmación o no de la posibilidad de escuchar el silencio, quienes lo amamos, seguiremos aguardando ese momento mágico de la noche, el conticinio, cuando la ausencia de cualquier ruido, de cualquier sonido, se conjura con la oscuridad y nos permite, por un instante tener la ilusión de abarcar el universo.
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Los que sí que deben de estar contentos con este descubrimiento son todos esos apóstoles de las psicofonías: va a resultar que tenían razón en su empeño con los magnetófonos en ristre a la caza y captura de voces de ultratumba, de secretos siniestros y misterios de saldo.
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