No se sabe muy bien de dónde sale aquello que una vez se llamó vocación, y que hoy tengo serias dudas de que pueda seguir llamándose así. A veces el ambiente familiar facilitaba la dedicación a una u otra actividad profesional (otras, sencillamente la tradición ... o las posibilidades económicas la imponían). Y luego estaba la clarísima influencia que durante décadas tuvieron las series de televisión: las facultades de Medicina vieron incrementado el número de médicos vocacionales gracias a House (y en décadas muy pretéritas gracias al doctor Gannon de 'Centro Médico'). Lou Grant fue el responsable de muchas vocaciones periodísticas, y porque la profesión de bandolero a caballo ya estaba en desuso que, si no, algún aprendiz de Curro Jiménez habría surgido, como hubo naturalistas gracias a Rodríguez de la Fuente, cocineros por 'MasterChef', o criminólogos por 'CSI'.
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Todo esto viene a cuento porque el resultado de un estudio dado a conocer recientemente coloca a nuestro país en una situación muy curiosa: parece ser que hay un número muy importante de chavales cuyo objetivo, digamos profesional, en la vida es ser 'influencers'. O 'youtubers', o 'instagrammers' o 'tiktokers' o todo ello junto, de forma que esa es la profesión que se sitúa en el número uno. Y esto, que es un fenómeno que no aparece en ningún otro país europeo, en los que ser pilotos, médicos, docentes, emprendedores, abogados (¡y hasta escritores!) ocupa las primeras posiciones en el deseo profesional, también sucede en algunos países de Latinoamérica.
Dejo a los análisis de sociólogos determinar las razones de semejante resultado, pero no puedo evitar dejar constancia de mi perplejidad. Y no sé si me inquieta más el número de niños y jóvenes que quieren ser 'influencers', como sus padres quisieron un día ser futbolistas o bomberos, o que desde diferentes ámbitos se señale lo dura que es la profesión y lo complicado que es eso de crear contenido, cuando ese contenido es solo humo. Y no hablo, por supuesto, de aquellos que en sus canales proporcionan informaciones interesantes, contrastadas y documentadas acerca de los más variados temas, que me parece encomiable. Me refiero a esa caterva de 'influencers' especializados en su propia vida, en sus cosméticos, en sus trapos, en sus vacaciones, y en una existencia seguramente tan ficticia como parece, pero capaz de seducir a quienes piensan que ganar montones de dinero consiste únicamente en poner morritos en un 'selfie', en lucir con desparpajo bisuterías y complementos, en comer de gorra en los mejores restaurantes, en bailar sobrecogedoras coreografías o seguir retos absurdos, en elevar la nada a la categoría de trascendencia y, en definitiva, en crear un mundo irreal, liviano, en el que todo depende del número de seguidores y de 'likes', muchos de ellos comprados, que ya es el colmo de la futilidad y de la irrealidad del asunto.
Algún día quisimos ser pintores, actrices, maestros, psicólogos, tenistas, historiadores, enfermeros, lingüistas, biólogos, matemáticos o profesores de latín. Esas cosas tan vulgares condenadas seguramente a desaparecer como lágrimas en la lluvia mientras el mundo camina hacia una virtualidad tan imprecisa y tan endeble, en la que todo lo que creímos sólido se diluye en un océano de insignificancia, y la unidad de medida del éxito es un dibujito de una mano con un pulgar hacia arriba.
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