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Hay dos verdades indiscutibles: la primera es que leer, lo que se dice leer (porque comprar libros es otra cosa), no se lee mucho. Y la segunda, que quienes sí leemos no tenemos nunca suficiente. El acceso al conocimiento, a las ficciones, a la emoción, ... a las historias, a los enigmas, al arte o la ciencia que guardan los libros en sus páginas es infinito y la veneración que sentimos por ese objeto perfecto, por su tacto, su olor y, sobre todo, por las inagotables posibilidades de hacer crecer nuestro entendimiento, nos sitúa en una suerte de religión de fervorosos miembros unidos por la misma fe: la de la palabra escrita, la del pensamiento.
Y, sin embargo, quienes amamos los libros saludamos con entusiasmo iniciativas como la que hace más de veinte años se puso en marcha en Copenhague, la Biblioteca Humana. Su funcionamiento es muy sencillo: del mismo modo que en una biblioteca normal uno puede hacerse con un libro para leer, la Biblioteca Humana ofrece personas que están a disposición de los lectores para dejarse leer. Cada una de ellas tiene para contar no solo una historia, la suya propia: también está dispuesta a demostrar que nunca fue tan cierto aquello de que no se ha de juzgar un libro por su portada. Los libros humanos que se pueden leer en esa biblioteca constituyen un catálogo que ejemplifica los prejuicios y los estereotipos. Así, uno puede elegir leer ese libro que es una persona con graves problemas de obesidad, o con cualquier diversidad funcional, o un inmigrante, una persona trans, un refugiado, alguien con problemas mentales, un sintecho, un musulmán, o cualquier persona de esas que somos tan dados a etiquetar sin pararnos a leer las líneas de su historia.
Durante media hora el libro humano que hemos elegido responderá a todas nuestras preguntas, y casi con total seguridad desmontará uno a uno los prejuicios con que nos enfrentamos: su historia, el argumento de su vida, los renglones en los que se escriben sus cicatrices, la sintaxis de su desconcierto, el vocabulario de sus certezas, el ritmo de su emoción, la prosa de su sufrimiento, los paisajes y las cenizas que viven detrás de su mirada, irán construyendo con su propia voz el relato de una historia tan real que ni los adjetivos y los sustantivos más brillantes del más brillante autor podrían escribir. De su mano y de sus palabras las imágenes se irán dibujando en el aire, y el sufrimiento o la risa, la esperanza y el desasosiego, las lágrimas y las ilusiones, nos permitirán conocer, emocionarnos, aprender, leer en definitiva un libro hecho de palabras y de gestos, de heridas y de sonrisas, de recuerdos y de decisiones.
No me consta que esa iniciativa que se ha exportado a muchos países, se haya puesto en marcha en Asturias, aunque sí en otras regiones españolas. Y desde luego no sería mala idea, con la cantidad de barreras que todavía quedan por romper, la larga lista de ideas preconcebidas que tenemos sobre determinados grupos, o personas individuales a las que de inmediato colocamos una etiqueta que habría que desterrar.
Lo que ocurre es que quizá quienes más necesitarían leer las historias de esos libros humanos no son precisamente los muy dados a confiar en la lectura como forma de conocimiento. Todos sabemos que hay una gente, a la que por elegancia no voy a poner la etiqueta que ustedes están pensando, a la que mayormente lo de las bibliotecas, con solo nombrarlas, les provoca sarpullido.
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