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HHace tiempo que vengo sosteniendo, y bastante asustada, por cierto, que la realidad, si es que alguna vez existió, ha dejado de existir. Ya no hay asideros de certeza a los que aferrarse porque es imposible dilucidar qué es cierto y qué es pura invención. ... Lo de la verdad y la mentira ha quedado definitivamente cancelado, perdido en una niebla informe como esas que impiden desde la orilla vislumbrar qué es mar y qué es cielo en un horizonte difuminado por los grises que, con tantos matices lejos de facilitar la comprensión del mundo, solo la entorpecen. Como mucho, los más generosos están dispuestos a admitir que existe mi verdad o la tuya, que la realidad es un ejercicio únicamente de foco.
Y eso es un poco desalentador, la verdad, porque de vez en cuando, por mucho que seamos de relativizar, conviene tener alguna certidumbre: unas cuantas, las que nos permiten sobrevivir a la nada.
La irrupción en nuestra vida de la Inteligencia Artificial, así, con mayúsculas, está terminando de poner patas arriba un tablero ya de por sí bastante endemoniado. Imposible determinar qué es real y qué es virtual. La aparición durante la última edición del Festival de Eurovisión de los componentes de ABBA, con voces y declaraciones incluidas, durante unos segundos nos colocaron en un túnel del tiempo: estaban allí, eran jóvenes, hablaban. Naturalmente, eran hologramas creados para el momento, pero ahí está la ilusión de realidad que tanto nos gusta, la que hace que se celebren conciertos multitudinarios con estrellas que ya no están, más que como una ilusión óptica creada por Inteligencia Artificial.
Todo esto viene a cuento porque yo, que soy muy de abrazar la tecnología, aunque a veces me ponga un poco apocalíptica, ando debatiéndome estos últimos tiempos entre la fascinación y el pánico, y todo porque he descubierto que existe la posibilidad de «charlar» con nuestros seres queridos fallecidos. Sí, ya no se trata de aquellos primeros (y un poco inquietantes) movimientos que se podían conseguir con la foto de tu bisabuelo y que dotaban de una extraña vida a quien nunca habías tenido el gusto de ver vivo. Basta con que tengas en tu poder una grabación de audio de esa persona y el programa adecuado, y podrás «resucitar» a alguien que ya no está, y «hablar» con él. El nicho de mercado que se abre es infinito, porque nos toca en lo más emocional y emocionante, y controvertido, porque ya están los profesionales de la psicología divididos en torno a lo que puede ayudar o entorpecer en el difícil trance de superar un duelo. Naturalmente, no se me ha ocurrido probarlo porque, con toda la tentación que pudiera suponer, me produce un poco mucho de angustia, aunque sé perfectamente que no hay Inteligencia Artificial que sea capaz de conocer y razonar como mis abuelos porque para eso tendría que conocer su historia, su personalidad y, aun así, no sé yo. O sea, que abandonen toda esperanza: esta tecnología no les va a permitir que su anciano y fallecido abuelo descubra por fin dónde diablos escondió aquel dinero que no fueron capaces de encontrar, o desvele el secreto familiar que nadie ha podido descifrar.
Para eso, me temo que la fiabilidad será más o menos aproximada a la que podía ofrecer la ouija a los intrépidos adolescentes de mi generación.
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