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Antes, no. Antes los veranos eran largos, se extendían desde que te daban las notas allá por junio, con las cerezas madurando en los árboles y la promesa de un tiempo interminable que te separaba de la vuelta al colegio a la que llegarías con ... un par de centímetros más de altura, mataúras diversas en las rodillas,    y un equipaje emocional de momentos, descubrimientos, olor a nivea,    manzanas, bicis y canciones de Los Diablos. Los veranos de entonces te conectaban sin que fueras muy consciente de ello con una vocación de eternidad, que sí, que en un momento se terminaba, pero entretanto, podías entender que el tiempo, tan lento en aquellos días, se quedara en suspenso. Entonces, el infinito era mucho más que una palabra, tal vez porque ni siquiera se nos ocurría pronunciarla.

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elcomercio Los días fugaces