...Y abuelos estresados

Han tenido que volver a los madrugones que creían superados con la jubilación, para hacerse cargo del horario laboral de los propios hijos y sustituirlos con los nietos, corriendo de un lado para otro, de colegios a extraescolares

Viernes, 16 de junio 2023, 22:27

Claro que pensaba hablar de los abuelos después del artículo dedicado a los padres estresados, pero si no hubiera sido así no habría tenido más remedio que hacerlo, porque han sido muchos los lectores que, estando de acuerdo con los agobios que criar y educar ... supone para los padres, me han llamado la atención sobre la necesidad de remarcar el papel que les toca jugar a quienes ostentan la difícil tarea de ser abuelos. Que no es mi caso, aprovecho para aclarar, que tengo la inmensa suerte de disfrutar de mi nieto sin que ello implique complicación alguna en mi propia vida; así que este artículo no es una reivindicación ni una queja propia, pero sí la constatación de muchas situaciones, algunas abusivas y otras inevitables.

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Hace muchos años se decía que los abuelos son padres dos veces. No sé si se sigue diciendo, pero es ahora cuando esa expresión adquiere una significación diferente a como se formulaba antes, aludiendo únicamente a que el amor que se siente por los nietos es una prolongación del amor que se siente por los hijos. Los abuelos de ahora, en una mayoría muy notable, son padres dos veces. Lo fueron de sus hijos y les está tocando serlo de sus propios nietos, porque la vida es tan complicada y tan puñetera, que salir adelante con trabajos precarios y sueldos de risa, con alquileres por las nubes y con hipotecas crecientes, exige no solo el esfuerzo propio: también el concurso imprescindible de la familia, y quien dice familia dice abuelos, claro, que descubren con perplejidad la que se les viene encima.

En estos tiempos en que los niños empiezan a ser una especie en peligro de extinción, es fácil suspirar por un bebé que traiga a la familia ese equipaje de ternura y sonrisas que se nos hace tan necesario para que la vida tenga un equilibrio de alegría y de futuro. Es fácil dejarse arrastrar por ese deseo, combatir los argumentos de los hijos acerca de sus dificultades para conciliar (eso tan imposible) con la promesa de que para eso estamos, cómo no vamos a echaros una mano. Y resulta que luego hay que echar no una: dos manos, la cabeza, el tiempo y la vida.

Las historias que se derivan de ello todos las conocemos: abuelos que han tenido que volver a los madrugones que creían superados con la jubilación, para hacerse cargo del horario laboral de los propios hijos y sustituirlos con los nietos, corriendo de un lado para otro, de colegios a extraescolares, teniendo que aprender de nuevo los nombres de los personajes de los universos infantiles, lidiando con niños acostumbrados a no comer un cocido, dudando entre respetar los criterios educativos de los padres, tan incomprensibles a veces, o aplicarles los propios cuando se ponen imposibles, renunciando a sus propios intereses, a las actividades, los viajes y la tranquilidad que se habían prometido a sí mismos cuando llegara la dichosa jubilación que los devuelve, sin embargo, a la casilla de salida, con más años, menos energía y más escepticismo.

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Pero todo eso se queda pequeño ante la sonrisa desdentada de los nietos, los abrazos que te regalan y son más verdad que ninguna otra cosa, la emoción de una vida recién estrenada. Ante la secreta e inconfesable oportunidad de hacer, esta vez, las cosas al menos un poco mejor.

Por cierto, de combinar la tarea de cuidar nietos con la de cuidar a padres ancianos, ya, si eso, hablamos otro día…

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