Val Kilmer vs. Val Kilmer

Grabó su vida hasta acumular 800 horas, que ahora han sido dispuestas como un documental. El resultado, un viaje devastador, íntimo, didáctico, sincero, hermoso, agónico por la vida del actor. No es una obra maestra, pero nadie saldrá indemne

Domingo, 5 de junio 2022, 21:58

Val Kilmer, el guaperas de 'Willow' (1988, Ron Howard). El tipo con el que te descacharrabas en 'Top Secret' (1984, varios directores). El macho man de 'Top Gun' (1986, Tony Scott). El mismo que interpretó a un maravilloso pistolero tuberculoso en 'Tombstone' (1993, varios directores). ... El mismo que ejecutó una de las retiradas a sangre y fuego mejor coreografiadas del cine en 'Heat' (1996, Michael Mann). El mismo que grabó su vida hasta acumular 800 horas y que ahora han sido dispuestas como un documental 'Val' por los directores Leo Scott y Ting Poo (Filmin). El resultado es un viaje devastador, íntimo, didáctico, sincero, hermoso, agónico, por la vida de Val Kilmer. No es una obra maestra, pero nadie saldrá indemne.

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Val Kilmer nació en California y desde muy joven se preparó para ser una estrella. Lo fue (aunque no tan grande como hubiera querido), y como reza aquel proverbio, 'Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo llaman dios'. El rayo divino cayó en forma de cáncer en las cuerdas vocales en 2014, que lo destruyó físicamente y que apenas le permite hablar, y solo gracias a un amplificador electrónico incrustado en su garganta. Y nos referimos a Val Kilmer, el deseado, aquella estatua griega que aparecía en 'The Doors' (1991, Oliver Stone). En ocasiones, el dolor que se muestra es difícil de ver, muy desagradable, sin caer en el exhibicionismo. La voz que escuchamos en el documental es la de su hijo, que se erige como la vitalidad perdida de su padre, la juventud, las posibilidades que Kilmer ya ha perdido. Un Kilmer derrotado, atormentado, pero que elige luchar en la categoría que le ha tocado: inválido. El contraste con los momentos de gloria que se narran en la pantalla es, a veces, desolador, pero también posee el peso de la verdad.

Hay momentos especialmente penosos, como las giras que el actor tiene que hacer (suponemos que por falta de dinero) por todo Estados Unidos, en festivales de cine y proyecciones varias. En Austin, Texas, donde se vuelve a proyectar al aire libre 'Tombstone', su alma chirría al verse en la pantalla, bello, en plenitud de facultades, y tiene un bajón mientras se escuchan los aplausos de los fans texanos. En ese mismo festival firma sus fotografías a señoras mayores que en su momento soñaron con meterse en su cama, y ahora ven una sombra de aquel Apolo (algunas de sus novias: Cher, Cindy Crawford, Angelina Jolie, Michelle Pfeiffer, Daryl Hannah…). En otro festival, el Comic-Con, mientras habla con los admiradores comienza a vomitar y tiene que ser retirado en silla de ruedas, tapado por una manta, como si fuera un E.T. redivivo. Val Kilmer apechuga con todo ello, pero en cada envite se deja un jirón más de piel.

Nuestro hombre mezcla el resplandor del Olimpo con las sombras del Erebo. Famoso por su mal carácter, era conocido como 'psycho Kilmer' y si no llegó a convertirse en la gran estrella que pudo ser, posiblemente se debió en parte a su divismo, que reventó su carrera cuando comenzaron a aparecer alternativas como Brad Pitt. En todo caso, es imposible no conmoverse con su capacidad de lucha, como cuando graba vídeos para directores famosos a fin de conseguir un papel en películas que nunca protagonizó ('Uno de los nuestros', 1990, Martin Scorsese; 'La chaqueta metálica', 1987, Stanley Kubrik). Se entiende mejor su frustración cuando sabemos de su obsesión por Shakespeare, además de ser el alumno más joven admitido por la prestigiosa escuela Juillard de Nueva York («Soy un actor de carácter, pero parezco un protagonista», se quejaba en 2004). Volvemos a emocionarnos cuando vemos sus grabaciones en VHS con su familia, o cuando retrata la trastienda de Hollywood, nada que ver con el glamour que se proyecta (un jovencísimo Sean Penn enseñando el culo, un gordísimo Marlon Brando bromeando con un sombrero).

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En mi cabeza resuena la frase de Doc Holliday en 'Tombstone': «Solo puedo ser hipócrita hasta cierto punto». Porque este diario fílmico trata de eso: de la honestidad. También es una dolorosa búsqueda de cierta redención por el antiguo mal carácter, por las oportunidades desperdiciadas, por una carrera que terminó antes de tiempo. Nos habla del tiempo que nos demuele, de la melancolía, del sacrificio. Val Kilmer quería rodar su papel de Iceman en 'Top Gun' como si fuera un secundario de Shakespeare. Val Kilmer estuvo un año con el pantalón de cuero puesto y escuchando solo a los Doors para su papel como Jim Morrison (para desesperación de su esposa, Joanne Whalley). Val Kilmer, que quemó a un compañero con un cigarrillo durante el desastroso rodaje de 'La isla del Dr. Moreau' (1996, varios directores). Val Kilmer, a quien Marlon Brando le dijo que su problema era que confundía su talento con el tamaño de su cheque. John Frankenheimer dijo que nunca escalaría el Everest y nunca volvería a trabajar con Val Kilmer. En el plató de 'El Santo' (1997, Philip Noyce), Val Kilmer prohibió a los miembros del equipo mirarle a los ojos. El mismo Kilmer que intentó sanar su cáncer mediante un asesor espiritual, hasta que sus hijos le obligaron a meterse en un quirófano. El mismo que defienden a capa y espada gente como Kevin Bacon, Robert Downey Jr. o Tom Cruise. El mismo que nunca descuidó la educación de sus hijos, aunque él pudiese ser un redomado salvaje. El mismo que se miraba en Marlon Brando, aunque este le ningunease.

En el documental, Kilmer dice que perdió partes de sí mismo y encontró otras que no sabía que existían. Supongo que a todos nos sucederá; de hecho, ya nos está sucediendo. Cuando llegó el cáncer, Kilmer estaba inmerso en una guerra santa por recuperar cierta credibilidad, puesto que se preparaba para volver al teatro con una obra basada en Mark Twain. En una ocasión, en 1887, dieron por muerto a Mark Twain y este envió un telegrama al 'New York Journal': «La noticia de mi muerte fue una exageración». Aferrémonos a la ironía, a la esperanza, a la resistencia espartana, porque la vida continuará poniéndonos a prueba. Bien lo sabe el señor Kilmer. Bien lo sabemos todos.

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