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Ramón era el hombre más joven de Viboli, según la crónica de su muerte, y no tenía pensado dejarse echar por los lobos, como expulsan de las aldeas de la montaña a los últimos ganaderos. Lo echó cruelmente el destino, mientras tronzaba el tronco de ... un árbol. Ramón tenía 55 años y servía de ayuda, según dicen, para los que todavía resisten en ese lugar mítico donde termina la foz de los Andamios. Allí, donde la naturaleza se aprieta en torrenteras y cascadas, y una senda infame por el trazado, y bellísima para los ojos, nos sube y nos baja de Viboli y Casielles. Recuerdos inolvidables de las veces que procesionamos con los viejos camaradas, de los que alguno ya no está. Y también alguna vez solo, cosa no recomendable; pero como dice el mal verso, España y yo somos así, señora. Inolvidable día el que fui a parar a Viboli creyendo que llegaba a Viego, donde me esperaba mi compañero Marino, a quien tantos quebrantos le causo. Me había equivocado de ruta, creyendo que el norte era el sur como la paloma de Alberti, o esa golondrina que se pierde en el mar. En el pueblo no había cobertura para el teléfono, y entonces, llamando a una puerta supliqué, cambiando mi reino por un todoterreno, que me llevasen a Viego. Y, ¡oh cielos!, allí apareció aquel hombre providencial que me dijo que tenía que ir a amontonar hierba muy cerca, pero que esperase un poco. Estaban en una sobremesa de bizcocho y porrón, mientras yo esperaba impaciente por el todoterreno. Pero allí apareció el hombre jubiloso en un quad, donde él delante y yo detrás, en vez de bajar al puente Aguera trepamos como quien dice la senda hacia las Bedules.

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