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Veinte años no es nada, dice el tango, pero ofrecen perspectiva. Por eso, al cumplirse ahora veinte años del final del 'BT Prestige', se nos ... sugiere que digamos algo. Para que nuestra gratitud, nuestro respeto y nuestro afecto por los hombres y las mujeres que leal y generosamente trabajaron, hasta la extenuación, para evitar o reparar el daño, con riesgo cierto, incluso, para sus propias vidas, estuviera a la altura de su esfuerzo y su sacrificio, habría que decir tanto que no cabe en unas líneas. Habrá ocasión, quizás, para literatura más sosegada. Basta ahora con recordarlos a todos ellos en conjunto, porque en equipo trabajaron, porque saben de sobra a quiénes me refiero y porque no me gustaría pecar por omisión, por involuntaria que fuera, y añadir el menor dolor al que ya han soportando durante estos veinte años con la dignidad del silencio y la grandeza de espíritu que identifica infaliblemente a las gentes marineras. En realidad esto es lo más urgente e importante que la sociedad española tendría que decir, me parece a mí, veinte años después: muchas gracias a todos.
Añadamos alguna pincelada más, aunque sea sintética, de lo que aquel naufragio tuvo de positivo para España. Hace veinte años la globalización empezaba a alcanzar su apogeo y los españoles nos dimos de bruces con ella a bordo del 'Prestige'. Concurría todo, la globalización económica, de la que el derecho del mar es el más clásico de los ejemplos y en la que España ha sido la potencia moderna pionera; la cuestión energética, el barco transportaba petróleo de origen ruso; la preocupación medioambiental, de importancia capital y que los españoles habíamos impulsado, solicitando por ejemplo el doble casco años antes de que el 'Prestige' apareciera por Finisterre; el enfoque europeo, del que formábamos y formamos parte, que se había concretado en nuestro apoyo a Francia en relación con el accidente anterior, el del 'Erika', y en fin la redefinición de la frontera entre Estado y mercado, que se concretó en la constatación de la necesidad de reforzar las instituciones: recordemos que los primeros voluntarios que se pusieron a limpiar las playas inmediatamente fueron los guardiamarinas de Marín y que algo tuvo que ver esta experiencia con la definitiva creación de la UME, que ya se gestaba entonces, y en la colaboración público-privada para afrontar la tragedia. De pronto, los españoles nos enfrentamos a todo eso y lo hicimos con el espíritu constructivo y generoso que nos caracteriza, a pesar de las engañosas apariencias que nos infligen y nos afligen. Despertamos abruptamente y en un alarde de esfuerzo colectivo conseguimos rescatar a toda la tripulación indemne, contener hasta donde fue humana y técnicamente posible la amplitud y la deriva del vertido, prevenir y reparar, igualmente en lo humana y técnicamente posible, las consecuencias de la catástrofe, conservar la riqueza natural y la belleza de las incomparables rías gallegas y defender, honrada y pacíficamente, nuestros intereses desde el Estado de Derecho.
Esa es precisamente la última reflexión que me sugiere la perspectiva del tiempo, la de la importancia del Derecho. Combatimos en el terreno que otros, avezados y emboscados truhanes, nos plantearon. Todas nuestras instituciones respondieron al envite, en particular el poder judicial, del que tan frívolamente se habla con harta frecuencia, y desde luego, mis compañeros, los abogados del Estado, que desde el primer minuto y durante veinte años, aún queda algún fleco de confrontación jurídica en Londres, han sostenido con el rigor, la pasión y la lealtad a los intereses generales que los caracteriza, cuantas acciones fueron necesarias.
Los españoles, juntos, puestos a las cosas y con claridad de ideas podemos enfrentarnos sin temor alguno a cualquier galerna y salir airosos. Esa es la verdadera lección del 'BT Prestige', a mi juicio. No puedo terminar esta somera reflexión sin dedicársela a José Luis López-Sors, el gestor de todo aquello como director general de la Marina Mercante en aquel momento y a quien le debemos todos, entre otras cosas, un punto de partida para la mejora de la seguridad marítima, que sus sucesores, con el mejor espíritu, han ido perfeccionando hasta hoy. Una vez más hasta donde es humana y técnicamente posible. No hace muchos días hemos tenido oportunidad de comprobar con el último naufragio ante las costas españolas de Gibraltar hasta qué punto el riesgo permanece, pero cuánto más fácil es combatirlo ahora y lo será mañana, claro está, si nos ocupamos de lo que importa y dejamos de mirarnos absurdamente con desconfianzas que, en realidad, no sentimos. Otra lección del 'Prestige': seamos nosotros mismos porque somos magníficos.
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