La jungla de la noche

Ya no vivo la noche del ultramundo, salvo en contadas ocasiones. No porque no me guste, sino porque la edad no me lo permite. Si salgo de juerga por la noche pierdo el día siguiente y no compensa. Pertenezco a una generación golfa, que exprimió cada minuto de la noche lo que nos permitió el cuerpo. No salíamos para ir de bares, sino que vivíamos en ellos. Recuerdo aquellos años de estudiante en Salamanca que alargábamos tanto las noches que se enredaban con el día. La promiscuidad en aquellos años era algo habitual entre los universitarios. Había un dicho popular que decía 'si no has encontrado el amor en la noche salmantina, visita el Pepper's'. Era una discoteca donde confluíamos gente variopinta para terminar la noche -cerraba a las cinco de la madrugada- y cuyo objetivo, entre otros, era no 'dormir' solo. Tanto las chicas como los chicos, en general, buscaban sexo, aunque muchas veces lo que encontrábamos era cariño, pero nunca -al menos en mi caso y entre la gente que conocí- perseguíamos relaciones de tríos u orgías grupales. Ignoro si las había. Las relaciones eran de pareja y si la noche te sonreía, alguna vez te ibas con una chica a tu casa o a la suya. Al igual que ahora, a esas horas intempestivas había consumo de alcohol u otras drogas por el medio, pero había respeto, mutuo acuerdo, cortejo y seducción para poder terminar con alguien en la cama.

No lo sé, pero creo que es cada vez más complicado tener relaciones esporádicas en la noche. Ya no se liga apenas en los bares y ahora los contactos se hacen, en muchas ocasiones, mediados por plataformas de citas. Pero los hechos contumaces y repetidos de agresiones, abusos y violaciones por parte de algunos primates y de manadas hacia mujeres, nos muestran que en la noche habitan alimañas que son peligrosas, y hay que tener prudencia cuando se emprende cualquier aventura con desconocidos porque pueden ser agresivos.

¿Cuáles son las causas de estas relaciones depravadas? A mi modo de ver, simplificando pues la casuística es amplia, fundamentalmente dos: la interiorización que hacen cerebros masculinos atiborrados de los modelos que ven en la pornografía, que cosifican a la mujer mediante escenas de dominación. Y la segunda, las drogas de diseño que consumen y que embotan sus cerebros, perdiendo el sentido de la realidad y sin tener inculcados valores. Mezclan drogas que son incompatibles: marihuana con éxtasis, cristal con alcohol, adormideras con excitantes, etcétera, que los convierten en depredadores sexuales y violentos.

Hemos pasado de una seducción sana a un espacio y especie de juego, desafío, relaciones de fuerzas, catexis que decían los psicoanalistas, mezclados con una ingente 'borrachera' de anomia, que impregnan relaciones de usar y tirar a golpe de clic. No podemos dejar que el miedo a las agresiones nos haga instaurar nuevas moralinas y nos impidan disfrutar de los placeres que guarda la noche. Por eso, todos y todas tenemos que enfrentarnos a esta lacra, porque estos individuos no respetan la libertad de la mujer y no entienden que un 'no' es no. La libertad de la mujer es al mismo tiempo la del hombre. Espero que en todos estos casos recaiga sobre semejantes primates el peso de la ley.