Infatigable es quedarse muy corto, muy atrás. A nadie más que a Marcelino Gutiérrez le puede cuadrar mejor el microrrelato más famoso del mundo, ese de Monterroso. Cuando despertábamos, cuando nos íbamos del periódico y cuando volvíamos, Marcelino seguía allí, todavía estaba allí. Cuando el cansancio nos vencía a todos, cuando dábamos por finiquitada la larga jornada en las redacciones había un periodista en Gijón al que todavía le alcanzaban las fuerzas, la vocación y la voluntad para llegar más lejos, dar de sí un poco más. El director de EL COMERCIO era el mayor trabajador del que uno ha oído hablar, una entrega a la casa y a los lectores que ahora se pone de manifiesto con la multitud de tributos póstumos a tanta generosidad. Ayer leí en el diario el recuerdo emocionante de su mujer sobre las horas previas a dar a luz, cuando tuvo que aguardar a que él terminara un reportaje para marcharse a la maternidad. Estas maneras quizá hoy no se comprendan, y hasta pueden cuestionarse, pero son los códigos en los que nos formamos sucesivas generaciones de periodistas hasta hace poco tiempo. Marcelino pasó por todo el escalafón, des de las delegaciones al puesto más alto a lo largo de casi tres décadas, pasito a pasito; la corresponsalía, la información municipal, y la autonómica, la coordinación de equipos, la edición del diario, la transformación de internet y la dirección. Una carrera ortodoxa dentro del periodismo clásico y propia de la gran escuela del periodismo asturiano, de tanta garra y astucia, de tanto sentido crítico y olfato para la investigación. EL COMERCIO, uno de los diarios regionales punteros de España, ha tenido a lo largo de su trayectoria grandísimos directores y Marcelino no es que estuviera a la altura, sino que proyectó el periódico más allá de sus lindes en esta época difícil de eclosión digital, sin renunciar nunca a los fundamentos del oficio, de la profesión, una de las últimas formas que quedan de ejercer una especie de sacerdocio. Al menos para como lo entendía nuestro inolvidable compañero. Desde ABC queremos mandar un sentido y cálido abrazo a todo el periódico y como no, a su mujer, a su hija, a su madre, a su hermana y a todos su seres queridos. Marcelino, infatigable e inolvidable.

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