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La intención del Gobierno de España de reconocer al estado palestino, ni es tan novedosa como nos quiere hacer ver Pedro Sánchez ni tan radical ... como la intentan presentar quienes se oponen a ella. A fin de cuentas, en 2014, con mayoría absoluta del PP, el Parlamento Español aprobaba una proposición no de ley en favor de reconocer a Palestina como estado independiente. El argumento en contra del reconocimiento del estado palestino en este preciso momento radica en que, aunque esto se presente como un avance en pos de la paz, la iniciativa sólo contribuirá a entorpecer cualquier progreso que hoy por hoy pudiese darse al respecto. La explicación a esta paradoja nos la proporciona la historia.
En concreto, tenemos que retroceder a 1967 y la Guerra de Los Seis Días, cuando el intento de aniquilar Israel por parte de una coalición árabe llevó al estado judío a ocupar los Altos del Golán, la Franja Oeste, Jerusalén Este, la Península del Sinaí y Gaza, creando una zona de seguridad que dificultase futuros ataques. Bajo esta premisa, lograr la paz dependía del reconocimiento de Israel por parte de los países árabes. Si se producía dicho reconocimiento Israel iría devolviendo los territorios ocupados, tal como sucedió con el Sinaí una vez que Egipto aceptó los Acuerdos de Camp David de 1978. Y es lo que el mundo esperaba que ocurriese en el año 2000, cuando el primer ministro israelí Ehud Barack ofrecía a Yasser Arafat el reconocimiento de una Palestina independiente a cambio de la reciprocidad palestina. Pese a las presiones de Estados Unidos, Egipto y Arabia Saudí, e intentando preservar su propia supervivencia política frente a Hamás, Arafat daba la callada por respuesta. Dicho de otra forma, Yasser Arafat sabía que Hamás (apoyada por Irán) se revolvería contra el propio Arafat y estaría dispuesta a desencadenar una guerra civil palestina antes de reconocer el derecho a la existencia del Estado de Israel. Lamentablemente, y tal como vimos el pasado 7 de octubre, ese sigue siendo el posicionamiento de Hamás en 2024. Obediente a Irán, y enfrentada a la propia Autoridad Palestina (el único organismo reconocido internacionalmente como legítimo representante del pueblo palestino), Hamás insiste en su instinto atávico: hacer lo que sea, cueste lo que cueste en número de vidas palestinas, para hostigar a Israel y evitar la normalización de sus relaciones con los países árabes.
A la vista de todo lo anterior, reconocer ahora la estatalidad de Palestina sólo favorece el enquistamiento del conflicto y un potencial agravamiento de la guerra en curso. Fundamentalmente, porque dicha iniciativa dificulta los esfuerzos que la comunidad internacional está haciendo para aislar a Irán y sus títeres en la región, con Hamás a la cabeza. Este aislamiento es lo único que, ahora mismo, puede llevar a Israel a considerar un alto el fuego en Gaza. Por el contrario, cualquier movimiento que pueda ser interpretado como un refuerzo a Hamás y a Irán (y el reconocimiento de un estado palestino gobernado por la propia Hamás no puede ser interpretado de otra forma) sólo contribuirá a que Israel endurezca las condiciones sobre el terreno y eleve sus exigencias para sentarse a negociar.
Atendiendo a lo anterior, y teniendo en cuenta que Pedro Sánchez es cualquier cosa menos estúpido, se puede inferir que la paz en Oriente Próximo es la última de las preocupaciones de nuestro audaz presidente. La cosa va de arañar votos fáciles de cara a unas elecciones europeas trascendentales, y ande yo caliente y ríase la gente si España se desmarca de sus principales aliados y se alinea con lo más exótico de la diplomacia mundial. Tomen nota de esto: cuando se den las condiciones para negociar seriamente el reconocimiento de Palestina como estado, es muy probable que la iniciativa del Gobierno no sea vista por nuestros socios como uno de los factores que la hayan hecho posible, si no más bien como una forma de echar gasolina al fuego en el momento que éste ardía con más fuerza. Especialmente cuando tenemos a una vicepresidenta del Gobierno repitiendo al pie de la letra eso de «una Palestina libre desde el río hasta el mar». Sólo un ignorante sobresaliente, o un lunático ciego de odio, se puede permitir apropiarse con tanta ligereza de un lema propio de los ayatolás, inconcebible en boca de un líder de un país civilizado. Lo cual no está reñido con otra verdad a tener en cuenta: Israel debe empezar a escuchar a sus aliados, cuando éstos le dicen que el apoyo que le prestan resulta cada vez más difícil de justificar. Pero esto da para otra columna y, lamentablemente, habrá ocasión para ella.
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