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Resulta sorprendente el momento escogido por el presidente Barbón para proponer la reforma del Artículo 4 del Título Preliminar del Estatuto de Autonomía, para que ... este incluya la cooficialidad de la Llingua. A fin de cuentas, durante la última campaña electoral autonómica apenas se pasó de puntillas por el tema de la cooficialidad y el propio Barbón optó por poner el foco en otros asuntos, como la reforma de la administración autonómica o la necesidad de relanzar la política industrial.
También sorprende la vehemencia con la que el presidente Barbón exige claridad a otras formaciones políticas. Hace décadas que los asturianos saben dónde se sitúa cada partido respecto a la cuestión lingüística y dudo que a estas alturas haya alguien en la región a quien hayan cogido desprevenido las declaraciones de Álvaro Queipo, en su comparecencia ante los medios el pasado martes 7 de mayo. Visto así, es la urgencia del propio Barbón la que resulta extemporánea, sobre todo por su vacuidad. Primero, porque Adrián Barbón sabe que no cuenta en la Junta General con la mayoría cualificada requerida para modificar el Estatuto. Esta cuestión quedó claramente definida en cuanto se confirmó la adjudicación de escaños tras las últimas elecciones autonómicas. Las urnas han hablado, y no hace falta retratar a nadie para concluir que el bloqueo a la reforma del estatuto es una realidad tan cierta como que mañana volverá a salir el sol. Y lo que es aún más chocante: Adrián Barbón sabe que la reforma del Estatuto de Autonomía no conduce a nada por sí misma, sin una ley de acompañamiento que desarrolle la transición hacia la cooficialidad y asigne los recursos necesarios para llevarla a cabo.
Estamos pues ante un brindis al sol que sólo puede producir frustración, sobre todo y especialmente (y esto es importante), entre los sectores sociales favorables a la oficialidad de la Llingua, a los que se les está generando unas expectativas que Adrián Barbón sabe de antemano que no se consumarán. Señalar a los partidos de la oposición en este contexto, equivale a culpar a la fuerza de la gravedad cuando la piedra que lanzamos al aire acaba aterrizando en nuestra coronilla. A este respecto, la iniciativa de Barbón se ajusta a la definición que en su día produjo Anatole France, cuando acuñó aquello de que «gobernar es producir descontentos». Parece ser que hay prisa en demostrar lo cierto que esto puede llegar a ser.
Por otro lado, puede ser que algo, o alguien, haya hecho al presidente Barbón concluir que es hora de elevar la temperatura del debate político en Asturias. Quizás crea que tiene algún rédito que obtener al forzar un pleno en la Junta General en el que PP y Vox compartirán el sentido de su voto, aun obviando que dicha votación también pondrá de manifiesto las limitaciones de la exigua mayoría que sostiene al gobierno. En cuanto a esto último, exacerbar las frustraciones del electorado a lomos de una mayoría pírrica, no parece una estrategia viable cuando aún estamos en el primer año de la legislatura. De hecho, el movimiento se antoja tan torpe, que produce curiosidad por saber de dónde ha podido salir la ocurrencia.
Se trata, en definitiva, de un esfuerzo inútil, ante el que los primeros que deberían censurar la iniciativa de Adrián Barbón son los partidarios de la cooficialidad, que son quienes cargarán con el desgaste político inherente a una propuesta que nace muerta. Deberían preguntarse, y preguntarle al presidente del Principado, qué ganancia política inmediata piensa éste obtener, que le haga creer que merece la pena hipotecar los intereses a largo plazo de quien supuestamente dice apoyar.
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