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Jugar al cascayu

Jugar al cascayu

EN POCAS PALABRAS ·

Domingo, 24 de octubre 2021, 02:03

Ocurre a veces que los estudios apenas concluyen lo que está por decidir, que las comisiones solo aportan dilación y que las encuestas no sirven para otra cosa que constatar lo evidente. El paseo del Muro lo ha padecido todo. El cierre al tráfico de tres carriles durante el confinamiento fue recibido como un alivio y cierta expectación. La ampliación del territorio peatonal junto a la playa fue presentada como una medida provisional para facilitar el tránsito con holgura de los gijoneses que salían a estirar las piernas en horario limitado. No dejaba de ser un experimento. Antes de que la pandemia hiciera que la política reflexionara sobre la necesidad de humanizar las ciudades, domesticar el tráfico y reducir la contaminación, dejar su sello en el Muro fue la tentación de todos los alcaldes. Algunos se atrevieron a más y otros pasaron de trazar bulevares a reducir su aportación a un carril para bicicletas. No es sencillo acertar en el Muro porque todos los gijoneses lo sienten como lo que es, suyo. Les pertenece, con igual derecho, a los de Somió y a los de La Calzada, a los viandantes y a quienes van en coche a comprar el pan. Por eso los políticos suelen tentarse la ropa y pensárselo un par de veces antes de pasar de las propuestas a las obras. Demasiado grande, icónico y querido como para meter la pata. El caso es que la pandemia ofreció la inesperada oportunidad de empezar por el final y reducir el tráfico a un carril sin fecha límite. Como incentivo al uso del espacio ganado a los turismos, se buscó reducir la incómoda sensación de caminar por la calzada con una mano de pintura que le valió a la ampliación peatonal el motejo del cascayu, un bautismo muy a la altura del ingenio playu. La medida dejó claras las intenciones del Ayuntamiento, pero no aclaró nada de lo que se pretendía hacer.

Lo malo de cualquier medida provisional es que el tiempo corre en su contra desde el principio. Pero en lugar de disipar las dudas sobre lo que vendría después y afrontar el inevitable debate, la solución fue encargar a una comisión la búsqueda de una alternativa plausible. Un año después, con el asfalto ganando terreno a la pintura, la única conclusión de los expertos ha sido constatar las mismas opciones que se le hubieran ocurrido a cualquiera. No puede extrañar el malestar de la alcaldesa ni las críticas de la oposición por el tiempo perdido. Doce meses de estudios, reuniones y expectación ni siquiera han servido para definir si se trata de un gran proyecto de reforma o de acostumbrar al personal a circular por otra parte, si estamos en pruebas o ante un cambio definitivo. La respuesta no está en una comisión ni en un concurso de ideas. Solo puede darla quien tiene la responsabilidad de hacerlo porque se la han dado los gijoneses. Otra cosa es jugar al cascayu.

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