Sufrí un shock intensísimo la primera vez que vi al juez Pedraz, con su melena sandokanesca, en la portada del 'Hola'. De pronto me pareció que los multiversos se mezclaban y estábamos asistiendo en directo al desdoblamiento en cuerpo y alma de una misma persona: ... el «juez Pedraz» que dictaba autos solemnes y salía furtivamente en los telediarios con cara de manejar asuntos importantes convivía de pronto con otro «juez Pedraz» que vestía camisas ibicencas y bañadores y se pasaba los días bronceándose en la cubierta de un yate.

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Era como si todos sufriéramos de diplopía y viéramos doble o, peor aún, como si algún científico tronado hubiera decidido clonar al juez Pedraz y el mundo corriera el peligro de llenarse de jueces Pedraz dictando sentencias, bailando bachata, jugando al pádel, casándose por lo civil, haciendo submarinismo, enseñándonos su casa de la playa, bebiendo mojitos en un chiringuito pijo. Por eso les confieso mi alivio al enterarme de la ruptura con la señorita Esther Doña, aunque fuese por wasap. En honor a la verdad, y pese a que el adiós siempre es un momento delicado, yo habría preferido que un oficial del juzgado le hubiera entregado a la exnovia un auto con exposición de motivos, considerandos y otrosís, que finalizase diciendo: «Por consiguiente, fallo que a partir de ahora cada uno por su lado y que si te he visto no me acuerdo». Y, luego, en letra más pequeñita: «Contra esta decisión podrá interponerse recurso de alzada en el plazo de diez días naturales». Eso nos hubiera permitido volver a poner los universos en su sitio y restaurar la normalidad cósmica antes de afrontar la necesaria renovación del Consejo General del Poder Judicial.

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