Sospecho que si todas las personas que conocieron a Marcelino Gutiérrez a lo largo de su vida -desde los juegos de la primera infancia hasta las largas jornadas de trabajo en la redacción de EL COMERCIO- tuvieran que hacer un retrato de su persona, los ... trazos se superpondrían como si estuvieran guiados por una misma mano.
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Bajo una apariencia discreta como pocas, gesto contenido sin licencia para los desahogos, largos silencios sólo interrumpidos por mensajes obligados, se escondía un tipo superlativo por capacidad de trabajo, humildad, corrección en el trato, inteligencia, polivalencia en las tareas colectivas y pasión por el periodismo.
Para no redundar en tanto juicio compartido, voy a limitarme a contar algunas anécdotas vividas con el personaje desde la condición singular de haber sido su compañero de pupitre durante nueve años.
Prefiero narrar lo que pasó que hacer interpretaciones, porque en los momentos que escribo, Marcelino, 'Marce', como tantos le llamamos, está vivo. No es un ser inerte, sino que toma decisiones, porque este periódico del lunes ya estaba en su cabeza, como último producto de su mente.
Tenía una fama de trabajador infatigable. La leyenda era cierta. El 30 de marzo de 2012 hubo huelga general contra la reforma laboral de Mariano Rajoy. La víspera, Marce se encontraba a las nueve y media de la mañana en el periódico. Estuvo toda la jornada trabajando en la redacción, con la excepción de una breve pausa a mediodía; llegada la noche, y terminada la tarea de editar el periódico, se puso a actualizar los contenidos de internet en la web con las noticias de las movilizaciones. A las ocho y media de la mañana, cuando llegué a la redacción, estaba eufórico, en mangas de camisa y con los restos de café sobre la mesa: se había pasado toda la noche ante la pantalla. Siguió trabajando y a mediodía, el entonces director del periódico, Íñigo Noriega, tuvo que emplear toda la autoridad del cargo para enviarlo a casa. A las cuatro de la tarde ya estaba, otra vez, tecleando. Llevaba 24 horas trabajando sin cesar. Periodista a tiempo completo.
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Apuntalo su fama de periodista laborioso con el recuerdo de una frase que dijo en una conversación intranscendente que mantuvimos sobre descansar los fines de semana. Con la mirada vuelta hacia la ventana, afirmó: «Es que lo del cansancio es tan relativo...». Quedé asombrado. Hasta ese día yo pensaba que el cansancio era como el hambre, una urgencia de solución inaplazable.
El rigor profesional acompañaba su tarea. Navegando en internet encontró que una consejera del Principado participaba en el accionariado de una empresa con su marido. Giró la pantalla para que lo leyera. No supe qué decirle. Marce se puso a tirar del hilo. Encontró que la Consejería de la que era máxima responsable la accionista había contratado para hacer una obra a la citada empresa. Unas informaciones siguieron a otras y a los nueve días la consejera presentó su dimisión.
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En una ocasión, hace ya bastantes años -tantos que los móviles no podían hacer fotos-, había sucedido algo en una casa en frente del periódico. Mirábamos por la ventana y sólo veíamos policías que no dejaban pasar a los viandantes. Marce se agachó, sacó una máquina de fotos de un cajón de la mesa y se ausentó. Le vi cruzar la calle con la cámara oculta bajo el abrigo, hablar con dos agentes y adentrarse en el edificio. Pronto hizo el camino de vuelta. El asunto tenía escasa relevancia, pero por si acaso él ya había ido en busca de la noticia y la había fotografiado.
Una nota muy característica era su acendrada humildad. Rehuía el protagonismo, jamás se jactaba de nada; se sentía feliz colaborando, mejorando el producto que no era otro que el periódico de cada día. Un ejemplo. Había un reportaje sobre mi mesa que se iba a publicar, unos días más tarde. Me preguntó Marce por él. Le dije que todo el primer párrafo, muy largo, era farragoso y de difícil enmienda. Lo más oportuno era desecharlo. El resto tenía errores y carencias. Comentamos ambos. Al día siguiente apareció en papel. El texto estaba irreconocible. Era un trabajo oportuno, interesante, ameno, con hallazgos de forma y de sustancia. Tanto es así que pasado el tiempo recibió un premio que fue a recoger el periodista que lo firmaba.
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En la reunión del equipo de dirección, consideré un acto de elemental justicia decir que el trabajo, en realidad, era de Marce, que lo había modificado entero. Aún hoy recuerdo la cara de consternación con que me miró.
Marce rehizo el texto pensando que el lector del periódico merecía leer un reportaje interesante. El resto le traía al pairo, no necesitaba premios para sentirse reconfortado, mientras que el 99% de la población, en su lugar, se hubiera dedicado a propalar la hazaña.
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Marce, además de hacer las cosas bien, las hacía rápido. El 25 de junio de 2009 murió Michael Jackson. Llegó la noticia a una hora intempestiva, cuando quedaba poco tiempo para cerrar la edición. La redacción estaba casi desierta. A una velocidad de vértigo montó piezas y confeccionó textos (me consta que en aquella ocasión pidió ayuda a su hermana Vanessa). Tras el chute de adrenalina, pudo decir «prueba superada».
Como periodista de raza, disfrutaba con las exclusivas. Tan es así, que el domingo firmó una en el titular de su artículo: 'A destiempo'. Sí, verse forzado a dejar todo esto a los 48 años se asemeja a las erratas que Marce siempre corrigió en beneficio del lector.
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