El hombre aprende de niño a cosificar a las mujeres. Lo hace sin querer, pues suele documentarse en la subcultura de la calle. Por eso de pequeños, sin el menor atisbo de mala conciencia, los chicos cantan «Tiruliruliru mató a la muyer, metiola en un ... sacu y llevola a vender, y el que la mercó pensó que era un cochinu, y era la muyer del Tiruliruliru». Por eso mismo los niños gallegos cantan que «Manolo Pirolo matou á muller, con siete coitelos e un alfiler, metiola nun saco, levoula a vender. ¿Quén quere chourizos da miña muller?». La cosa es que desde la infancia se asimila que la violación o asesinato de la mujer es algo menor, incluso gracioso, porque ellas, gente de segunda división, se lo tienen merecido.
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El alcalde de Vita, expulsado del PP, cantaba en el estrado de la feria la cancioncilla «la llevé a mi casita, la metí en mi camita, le subí la faldita, le bajé la braguita y le eché el primer caliqueño». Luego, entre las risas del festivo coro que le jaleaba, enumeró los caliqueños que echó a aquella malaventurada niña que halló en el bosque. Y es que desde el paleolítico a las mujeres se las ha ido reduciendo a cosa, algo que el misógino Conde Duque de Olivares resumía al afirmar que «el oficio de la mujer es parir», y de ahí su postergación y marginación. Han contribuido también a ello las religiones, que hay decenas de textos en la Biblia o en el Corán que les niegan la igualdad. ¿Alguien conoce a alguna sacerdotisa? Pues eso. ¿Saben que el profeta Mahoma con cincuenta y pico años casó con Aisha, niña de siete años y tercera de sus once mujeres? Y no les cuento qué ocurre en el área del animismo africano, allí donde las abuelas cercenan el clítoris de sus nietas con cuchillas de afeitar.
Por guardar el paso, en el desfile la Legión Española cantaba «prefiero tener un perro a tener una mujer; el perro ladra que ladra, la mujer ladrona es», para dejar claro el respeto que ellas le merecen. Y de ahí a asestarles una cuchillada mortal sólo hay un cabreo de macho alfa. En este perro mundo noventa mil mujeres mueren asesinadas cada año. En España, este septiembre ya ascendían a treinta y cuatro. ¿Oyeron los epítetos que dedicaban los universitarios del Colegio Mayor Elías Ahúja, regido por los PP. Agustinos, a las chicas de un colegio cercano? Pues sepan que esos hijos de Tiruliruliru representan la esperanza, la élite, la flor y nata más preparada de los futuros gestores de nuestro sector terciario. Imaginen qué ocurrirá más tarde si en sus averiados cerebros se siguen manteniendo las tradiciones machunas de nuestra historia negra.
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