Durante una visita oficial, la reina Sofía pasó por delante de una sidrería. Un fan se asomó e invitó, «Reina, ¿le hace un culin?». Y como la griega no entendió el matiz local, puso una cara como la que le quedó tras escuchar los audios ... de su marido con Bárbara. Y es que ser reina no es fácil pues encierra una maldición.
Publicidad
Urraca I de León, la primera reina que hubo en España, era golpeada por su esposo, Alfonso el Batallador, un misógino maltratador e impotente que le propinaba tundas. Aunque el vapuleo mayor lo recibió Urraca de los gallegos de Santiago de Compostela, por mediar para que los burgueses aceptaran como regente al obispo Gelmírez. Ellos le arrearon una paliza, la desnudaron y la expulsaron de la zona. Y no fue ella la única reina que pasó a la historia llena de cardenales. A Juana I de Portugal la casaron con Enrique IV, 'el Impotente', un homosexual infértil que la encarceló para encubrir su incapacidad de fabricar herederos dinásticos. Por agradar al real esposo y resultarle bella, Juana se roció el pelo con aceites, pero perdió cabello y piel, pues la mala suerte permitió que hiciera lupa un cristal de la ventana del castillo bajo la que se hallaba sentada, y que su cabeza y rostro prendieran fuego. Enrique IV la encarceló en el Castillo de Alaejos. Allá, la infeliz Juana se lió con Pedro el Mozo que le dio dos hijos y muchos garrotazos, que también era maltratador.
El papel de reina es difícil, sobre todo si incumple su principal función, proveer al reino de herederos de la corona. Algo que determinó la infelicidad de M. Isabel de Braganza, segunda esposa de su tío Fernando VII. En la hora de su muerte resultó que estaba embarazada. Como aquello era una bendición, los médicos, juzgándola ya muerta, le practicaron una cesárea en vivo y sin sedación para obtener heredero. Aún resuena en palacio el grito que pegó la infausta reina que seguía viva. Dentro de lo trágico, gracioso fue lo sucedido con la tercera esposa del 'Rey felón', M. Josefa Amalia de Sajonia, Pepita para el marido. Educada con mimo y pureza virginal en un convento sajón, a sus dieciséis años fue arrancada de tal edénico retiro para casarla con su tío Fernando VII, de treinta y cinco. Por cumplir el ritual de apareamiento y sin prevenir ni explicar de qué iba aquello a la inocente y núbil doncella, el monarca, un ogro de echar a correr, se presentó en la alcoba nupcial desnudo, presto a ejecutar el trámite coital. La crónica de la época señala que la niña, al ver aquel espectáculo insólito, «defecó y se orinó». Y es que ser reina no parece el mejor oficio.
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.