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Le sacan de la dehesa para meterle sin previo aviso en un coso donde de entrada un rehiletero le alfilerea con banderillas de colores. Luego un varilarguero hinca una puya de acero en su morrillo. La faena acaba con un matador, que por darle la ... suerte suprema y agradecerle los servicios prestados, le enhebra un estoque en el hoyo de las agujas. Y si aun se resiste a doblar, le secciona la médula espinal con una cruceta de descabellar. Eso es lo que viene a ser una alegre fiesta para todos, menos para el toro. Y tampoco para algunos detractores del festejo que se visten de sangre para protestar contra el maltrato animal. Y esa división de opiniones muestra una vez más que la razón humana es selectiva y por ende, irracional. Hubo un tiempo en que la gente disfrutaba echando cristianos a los leones, quemando a herejes en pira ardiente, o guillotinando al aristócrata que agobiaba al revolucionario. Eran conductas de la violencia como espectáculo, siempre combatidas por espíritus benignos debido a su crueldad, que el criterio de la gente buena camina por derroteros distintos a los que recorre un matador. Y en esas aun estamos, y estaremos siempre, porque la razón y la opinión sobre lo que es bueno o malo es un ADN espiritual y hereditario, potente como el código genético físico. El ADN de la razón encierra en sus mecanismos doctrina, moral e ideologías rellenas de factores de tipo psicosocial, familiar y grupal, y eso es lo que más dificulta la revisión de errores y el abandono de las malas ideas. Por eso el comportamiento humano exhibe constantes y sorprendentes paradojas. ¿Qué pintan vitoreando a los ayatolás esas mujeres veladas por obligación machuna con sayas negras, hiyab y burka? ¿Por qué jamás se oyen las voces discordantes palestinas de quienes están de Hamás hasta los jamases, mientras en Israel sí se manifiestan en contra del bestia de Netanyahu? ¿Por qué en la Alemania de Hitler o la Italia de Mussolini resurgen radicalismos genocidas y racistas que otrora condujeron a mil catástrofes? La guerra del asesino Putin cuenta con más de cincuenta mil soldados muertos, y medio millón de bajas en un conflicto que carece de sentido porque podría haberse resuelto en una mesa de diálogo. ¿Qué sentido tiene sostener esa tragedia que además podría expandirse por otras áreas del mundo? Solo cabe acusar a la irracionalidad de la razón humana, a esa obcecada mala pécora que anida en nuestro poliédrico y caprichoso cerebro, y que elige entre el bien y el mal a su antojo y conveniencia. Y sin pedir permiso.
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