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Por ahora hay que estar con la alcaldesa Moriyón, que erró al ligarse con quien no debía, pero que pronto rectificó sabiamente al darse cuenta de que Vox no es de fiar y que, además, está entrando en descomposición. Vox nació del ansia viva de ... algunos caraduras por vegetar a cuenta de la ubre estatal. Así obró su jefe, un semianalfabeto Kamarero de Barakaldo, émulo bufo de aquel otro iletrado apodado el 'cabo de Baviera' que llegó a Führer supremo. Este hombre, gracias al patrocinio de Espi Aguirre, la misma que aupó a Ayuso, montó un chiringuito ultra que ahora, al chocar con la dura realidad, comienza a desmoronarse. Por no aguantar las directrices arcaicas, primitivas y atapuerquinas de su directiva, ya se han dado de baja en sus filas algunos 'voxeros', como la diputada y exportavoz Macarena Olona. También el vicesecretario Espinosa de los Monteros, que se ha negado a recoger el acta de diputado y parece estar perfilando un grupo aparte. Pillado en algún lio de cuentas, también ha dimitido como gerente de Vox Juanjo Aizcorbé, que conserva, eso sí, el escaño de diputado, pues la pela es la pela. Habrá más bajas, pues la sangría sigue y seguirá, ya que Buxadé, un Goebbels 'voxeador' y falangista, por mantenerse en el machito defiende la vigencia de los tontos anacronismos que acompañan al buen ultraconservador.
Mutatis mutandis, la actual quiebra de VOX recuerda un viejo modo con que facciones similares solventaban sus diferencias en tiempos pasados. Cuentan las crónicas que en 1934 un tal Ernst Röhm pretendió disputar a Adolf Hitler liderazgo y trono. En el partido nazi, Röhm dirigía las Sturmabteilung, para entendernos las SA, los 'camisas pardas', una tropa de aguerridos nazis destinada a suplantar al poco adicto ejército regular alemán. A su vez, Hitler disponía de las Schutzstaffel, las SS para entendernos, las dirigidas por el criminal H. Himmler. Como Adolfo no toleraba disidencias y deslealtades de subordinados, ocurrió lo que tenía que ocurrir, algo que la historia recuerda como Noche de los Cuchillos Largos, una purga sangrienta que consistió en la eliminación física de cientos de sospechosos, disidentes, disconformes o tibios. La jefatura nazi, fascinada con la figura varonil y viril del ario recio y puro de la propaganda, justificó la salvajada con el peculiar pretexto de que el golpista Röhm era homosexual, y de que su ejemplo personal era imitado por jóvenes miembros de las SA que se acostaban en la cama con sus mandos oficiales, una mariconada que podría dificultar la futura conquista militar del mundo por el Tercer Reich.
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