En pleno invierno, las playas de Levante revientan de bañistas. Y es que la Tierra, planeta azul, varía a colorado por culpa del maltrato que le damos. Por doquier, humos de fábricas o de pululantes vehículos aéreos y terrestres, producción desenfrenada de porquerías contaminantes. Si ... hoy, por ejemplo, alguien osara meter la pierna en esa charca inmunda que es la albufera del Mar Menor, o se desuñaría o se despernaría. Por no hablar de estercoleros atiborrados de plásticos y basuras que, unidos al resto de emisiones tóxicas, es posible que pronto transformen a la gélida Groenlandia en un Benidorm ártico, para deleite del turismo ponzoñoso y de algún esquimal con gana de biquini. Aunque, eso sí, nosotros a lo nuestro, ajenos, despreocupados, bailando en la cabalgata de carnaval sin perturbarnos ni por lo de Gaza ni por lo de Ucrania ni por nada. Indiferentes, bailamos el Bimbó, que no hay antidrepresivo mejor que mirar para otro lado cuando vienen mal dadas.
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E Guterres de la ONU se desgañita clamando contra la locura del cambio climático porque cree que él va a acabar con esta civilización de paradinosaurios y de primates de uñas y labios pintados. Fíjense que ya el Gobierno de Indonesia proyecta cambiar de sitio su capital Yakarta, porque el suelo costero se hunde allí a 25 cms. por año, y ya el 40% de su borde marítimo se halla bajo el agua. Claro que a ese país le castiga su dios musulmán, que sus políticos se quitan de en medio y echan la culpa de los desastres habituales, covid, pandemias o inundaciones, a la homosexualidad. Así les va. Se ve que tampoco saben geografía o astronomía, e ignoran que la Tierra no es un planeta aislado. Que vuela por el éter a cientos de kilómetros por hora empujado por la rotación y la traslación, y también por seguir la ruta de la galaxia Vía Láctea a la que pertenece. El oscuro universo es un rarito territorio sin tierra, por donde circulan miles de planetas, astros e incluso pequeños meteoritos dotados de muy mala leche, que van a la suya y que a menudo se dejan caer donde más daño pueden hacer. Y no te digo nada del caprichoso Sol, que a veces recalienta el ambiente con sus erupciones, e incluso otras veces las apaga para generar periodos gélidos como aquella Pequeña Edad de Hielo, glaciación sobrevenida entre 1550 y 1850 que paralizó la actividad humana durante tan largo plazo. Sin olvidar el trabajo de los actuales sembradores de nubes, esos que se llevan el agua de la atmósfera a Arabia y a China para dejar sin lluvia a los Pirineos, a los catalanes y a todo quisque.
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