La naturaleza es sabia, pero lenta. De hecho, tardó millones de años en hacer del mono un paisano que supiera leer. Por eso los cromañones actuales, conscientes de su caducidad, tratan de abreviar el plazo de las cosas para disfrutarlas más. Y por eso los ... biólogos están empeñados en desarrollar técnicas de laboratorio que permitan procrear y parir herederos sin sufrir los inconvenientes que acarrea la maternidad. Ya saben, eso de cargar con fetos y perder empleos. El embarazo futuro viene preñado de tecnología avanzada para evitar errores como los de aquel Frankenstein, que pretendía fabricar humanos recosiendo trozos de cadáveres.

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Ahora todo es más limpio. Se hacen ensayos previos con animales, como hacen en pecuarias como la de Somió descrita por Manuel Cima, en donde toros donantes de un esperma preservado a bajo cero inseminan a miles de vacas. Por imitación, y por si acaso, las mujeres de soldados ucranios pueden hoy guardar en neveras el semen de sus maridos soldado. Hay laboratorios que formalizan en minutos una selección animal que a la naturaleza le tardaba milenios. Y si hoy pides al experto una vaca sin cuernos y con ubres de sesenta litros, al segundo te la saca de la probeta. Lo mismo ocurre con las madres que solicitan gemelos al ginecólogo para ahorrar tiempo y esfuerzos. O con los granjeros que demandan gallinas ponedoras. Y aun hay algo más avanzado: clínicas veterinarias que clonan perros para que el perrín muerto resucite en forma de clon. Otros tientan la manera de implantar embriones de cerdo en monos, y viceversa, por ver si así consiguen sustituir a las caras madres de alquiler por animales portadores de fetos. El neurocientífico chino Zhen Liu, una especie de Frankenstein moderno, ha probado a implantar en úteros de monas seudoembriones elaborados con células madre. No extraña que el científico yemení Hashem Al Ghaili haya diseñado ya una granja para fetos, la llama EctoLife, en la que piensa instalar treinta mil úteros artificiales para proveer de niños a la gente infértil que prefiera eso a una costosa subrogación. (Por su parte, una caprichosa abuela enviciada con los nuevos modos divulgados por la abuela Obregón, harta de soledad, y por estar un poco para allá, fíjate que llama Luteru a Terelu, reclama su derecho a ser madre y exige tener un Bradpittín para acunarlo. Pero es que ahora también un abuelo se ha infectado con los aires futuristas, y pretende operarse para dejar de ser Manolo y transfigurarse en Manolita Trans... ).

El porvenir que nos espera va a ser muy divertido. Menos mal que uno está ya un pelín caduco, y no va a verlo ni a sufrirlo.

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