En el cartel de la Semana Santa sevillana aparece la imagen del hijo de Salustiano como si fuera el resucitado hijo de dios. Apenas cubierto con un pareo púbico, el Cristo de Salustiano rememora a los dioses que habitaron en la imaginería antigua. Recuerden las ... desnudas estatuas romanas de Venus o Apolo, magnífico el de Belvedere del Museo Vaticano, o las de divinidades sirias, egipcias, o paleolíticas, como la Venus de Willendorf, todas hermosas, mayestáticas, referentes de unos dioses que por no existir ni ser reales precisaban ofrecer un aspecto bello y distante para que el clero atrajera a ingenuos y viviera del altar.

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Los artistas siempre se han volcado en animar el credo de los espíritus apocados mediante un atractivo trato de la belleza, a ser posible, la del cuerpo desnudo, que un dios desnudo es más dios. Los envidiados cánones antiguos fueron el modelo a seguir por quienes luego reprodujeron los patrones clásicos en los castos retablos cristianos, en los que pululan Evas y Adanes desnudos, expulsados del paraíso. Y aunque no era muy estético el cuerpo poco apolíneo de un Cristo crucificado y sangriento, la creatividad artística halló en su castigado cuerpo un buen motivo para reavivar la tradición y conmover al personal con la imaginación al servicio del templo, aunque suene muy fuerte eso de hacer fiesta a costa de un reo clavado en la cruz. Por eso, para completar la pasión de los devotos, a la serie de anatomías semidesnudas se añadió pronto la de San Sebastián, un efebo de morbidez similar a la del hijo de Salustiano que se retorcía como modelo de pasarela al recibir en su torso las flechas del martirio. También entra aquí el episodio de Susana y los viejos mirones que tanto juego dio a los barrocos. O la santa Tecla de la catedral tarraconense, desnuda entre las fieras que la respetaron por ser la íntima del apóstol Pablo. Por no hablar de los descarados desnudos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, una impudicia que se encargó de velar con paños el pudibundo cardenal Volterra, apodado 'Il Braghettone' , mote de fácil traducción. Todo para que al final, una escritora española, ¿adivinan su nombre?, dijera en éxtasis aquello de «víale en las manos un dardo de oro,(...), me parescía meterlo por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, parecía las llevaba consigo y me dejaba toda abrasada en el amor grande de dios».

A ver si ahora el hijo de Salustiano obra el mismo efecto y algún sureño disfruta de una Semana Santa festiva de las de verdad.

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