Un experimento del sociólogo Philip Zimbardo demostró que toda persona es capaz de lo mejor y de lo peor según sea la cantidad de presión que reciba de su entorno. En su obra 'El efecto Lucifer' explica cómo el más bueno del lugar, si recibe ... la coerción adecuada, se puede convertir en un diabólico matarife.
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Por eso, ahora que las mafias plutocráticas –ya saben, trumpistas o voxeros y herederos de los viejos modos tiránicos– se están haciendo con las riendas de los países aprovechando la tibieza de los votantes, o de los abstencionistas, es fácil prever que tal deriva nos arrastre hacia un mundo invivible.
Porque, quieras o no, se van a repetir historias de crueldad, ya que según Zimbardo, todos, incluidos los mejores, cargan en los recovecos de su inconsciente con un otro yo criminal y violento que solo espera que alguien dé la orden. Para lo que bastará que se haga con el bastón de mando algún gorila macho alfa, como ese que tan bien describe el eurodiputado González Pons en referencia a Trump. Se ve que Pons sabe de historia y recuerda a los luciferinos del nazismo de hace un siglo, un modelo a rehuir para no repetir miserias, aunque el efecto Lucifer se cumplirá de manera casi matemática como demuestra la experiencia.
Ahí va algún ejemplo. El campo de concentración más salvaje de la II Guerra Mundial no fue Auschwitz, fue Jasenovac, un matadero sito en Croacia y regido por los ustacha de Ante Pavelic, los nazis croatas que emulaban a los alemanes pero con mayor crueldad. Allí hubo más de un millón de víctimas entre judíos, gitanos, serbios y antifascistas. Y lo más curioso es que dejaron claro que el efecto Lucifer no es una entelequia, pues el campo estaba organizado por el arzobispo de Sarajevo, Iván Zaric, y por el franciscano Miroslav Filopovic.
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En Jasenovac, y bajo el patrocinio de estos bondadosos clérigos, celebraban concursos de cortar el cuello a prisioneros con el cuchillo 'srbosjek', el mata serbios. Concurso que ganó Petar Brzica, otro piadoso franciscano que quedó campeón tras degollar en un solo día a 1.300 serbios. Sin olvidar que también mujeres germánicas normales, tranquilas amas de casa, sucumbieron al efecto Lucifer y se dedicaron a matar a niños y mujeres. La Yegua de Majdanek, Hermine Braunsteiner; la Bestia de Auschwitz, María Mandel; o la terrorífica Ilse Koch, la Bruja de Buchenwald que hacía pantallas de lámpara con la piel tatuada de sus víctimas.
Se ve que si caemos en manos de Satanás todos podemos ser luz y sombra, noche y día. Buenimalos o malibuenos.
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