Y cuando Yavé tu dios pusiere la ciudad en tus manos, pasarás a todos los varones al filo de la espada». «En las ciudades que Yavé tu dios te dé por heredad, no dejarás con vida a todo cuanto respira, y darás al anatema a ... esos pueblos, a jeteos, amorreos, cananeos, fereceos, jeveos y jebuseos pues Yavé tu dios te lo ha mandado». (Deuteronomio, 20. 10 y sigs.).

Publicidad

Se ve que ese tal Yavé es un capitán que anima y arenga como dios manda a la tropa, para que no decaiga. Un Yavé que siglos más tarde tuvo un discípulo, Alá, que en el Corán, Sura de la Vaca, versículos 180 y sigs., exhorta a sus guerreros: «¡Asesinadlos en todas partes, allí donde les encontréis, y arrojadlos de donde os hayan expulsado». Palabras que, por divinas, resultan un pelín chocantes, más proviniendo de un ser omnipotente, omnisciente, omnímodo y omnipresente, y parecen la arenga de un comandante laico, borracho de ira e impiedad. Pero así es la cosa, amigos, que las religiones a menudo se convierten en acicate y estímulo doctrinal para espolear al guerrero a que dé la vida por la causa. Y por eso nunca se acaban las guerras impregnadas en la salsa del fanatismo religioso, porque ¿cuántos años llevan dándose mamporros filisteos e israelitas?

La historia ofrece múltiples ejemplos de cómo la fe religiosa es sostén de conflictos bélicos que se eternizan, pues condecora a los fieles fallecidos en combate con el galón de un Edén fabuloso. Recuerden las Cruzadas, 'deus vult'. O las contracruzadas mahometanas, que invadieron la Hispania goda con la pretensión de ir cerrando el Mediterráneo con la tenaza islámica, recordatorio nostálgico del gran imperio romano. Recuerden también las llamadas Guerras de Religión que ensangrentaron Europa durante los siglos XVI y XVII. Para hacer memoria, evoquen la Matanza de S. Bartolomé, en la que católicos franceses, durante la noche del 23 de Agosto de 1572, decidieron acabar a cuchillo con la vida de miles de hugonotes, protestantes calvinistas. Lo que trae al caso una anécdota muy significativa del furor que una doctrina mística puede sumar a la natural inquina contra los enemigos. Fue durante la cruzada que el papa Inocencio III decretó contra los herejes cátaros refugiados en la ciudad gala de Beziers. Ante la duda del jefe cruzado Simón de Montfort acerca de cómo matar sólo a los malos, le aconsejaron «¡Matadlos a todos, que dios reconocerá a los suyos en el cielo!», y gracias a eso ocho mil albigenses subieron ese mismo día al cielo, a pasar revista de ideología ante dios.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad