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El viernes se mató Jorge. Dijo a su mujer y a sus dos hijos que subía a la azotea de su casa para tender ropa, escaló la valla de seguridad del alféizar del patio común y se tiró. Y ahí acaba el relato. Nadie había ... notado nada. Sus amigos hablaban de aquella última vez que habían hablado con él, del 'meme' que les mandó al WhatsApp ese que tienen para hablar de fútbol y mandarse chorradas. Su mujer miraba a los asistentes al funeral con años venidos encima en dos días y los ojos dolidos de llorar y de no saber si pedir perdón por algo. A todos les intentaba dar las pocas explicaciones que tenía: sólo que hacía dos semanas que lo notaba más delgado, ni un signo de tristeza, ni un gemido durmiendo, ni el más mínimo cambio en su carácter que era, por otro lado, encantador y bueno, bueno de bondad casi simplona. Jorge había mantenido esa sonrisa ante todo y ante todos 55 años tan férreamente que nadie pudo jamás sospechar que fuese otra cosa que sincera, prácticamente infantil.

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