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En la obra maestra de William Shakespeare 'Julio César', la frase «Los perros de la guerra» se convierte en una poderosa metáfora utilizada por Marco ... Antonio para incitar a la devastación y liberar la violencia a través de un grupo militar autorizado para asesinar y saquear. Este simbolismo impactante capturó mi atención años antes de que me sumergiese en la lectura y la representación de esta obra de teatro.
En los años 70, un amigo me recomendó la novela de Frederick Forsyth del mismo título, 'Los perros de la guerra'. Los perros eran un grupo de mercenarios contratados por un ambicioso empresario para dar un golpe de estado en una república de África occidental, posiblemente Guinea Ecuatorial. Su misión: reemplazar al presidente por un político comprometido a otorgar al empresario los derechos de explotación de las minas de platino.
Los mercenarios parecen haber existido siempre o como mínimo desde la Ilíada. No es de extrañar, pues, que el oficio de mercenario haya merecido el infame título de 'la segunda profesión más vieja del mundo'. Y recientemente los perros de la guerra han vuelto a ocupar un lugar relevante en el conflicto de Ucrania. Se especula que existen grupos mercenarios en ambos bandos, pero Putin, conocido por sus intrigas, ha hecho famosa a Wagner, una empresa militar privada compuesta por soldados a sueldo. Wagner se dio a conocer en 2014, al respaldar a las fuerzas separatistas prorrusas en el este de Ucrania, y se cree que también participó en la anexión de Crimea. Inicialmente, contaba con 5.000 combatientes, pero desde entonces su número se ha multiplicado por cinco. Estos combatientes a sueldo son veteranos de las fuerzas armadas rusas, muchos de ellos expulsados por delitos o crímenes. Su número creció cuando su líder, Yevgeny Prigozhin, comenzó a reclutar directamente en las cárceles. A esos reos se les ofrecía servir seis meses en Wagner bajo la promesa de obtener su libertad, pero con la advertencia de que afrontarían la ejecución si decidían renunciar una vez en Ucrania.
La premonitoria desconfianza de Maquiavelo hacia los mercenarios se refleja en su obra 'El príncipe', donde los soldados de fortuna «son inútiles y peligrosos; y si un príncipe mantiene su poder basado en estas armas, no se mantendrá firme ni seguro; porque son desunidos, ambiciosos y carecen de disciplina, infieles, valientes con los amigos y cobardes frente a los enemigos; no tienen temor de Dios ni lealtad hacia los hombres, y la destrucción sólo se pospone mientras dure el ataque; porque en tiempos de paz, uno es robado por ellos, y en tiempos de guerra, por el enemigo». No se puede decir más claro. ¿Ha leído Putin a Maquiavelo?
Este verano, mientras disfrutaba de la lectura de Josep Pla en Cadaqués, descubrí la fascinante historia de los corsarios musulmanes y cristianos que aterrorizaban el mar Mediterráneo entre Cataluña y las Baleares. Según Pla, estos piratas no sólo atacaban al enemigo, sino también a «neutrales, amigos y compatriotas». Su único interés era el botín, especialmente los seres humanos. Como Wagner, estos corsarios eran criminales vulgares que se escudaban en una patente de patriotismo para cometer sus fechorías con total impunidad.
En la novela 'Los perros de la guerra', a medida que avanza la historia el jefe de los mercenarios comienza a cuestionar los motivos y las acciones del comerciante que le ha contratado. Descubre que los verdaderos intereses del empresario van más allá de la simple explotación de los recursos del país. El conflicto interno aparece cuando el mercenario duda entre cumplir su deber o cuestionar la moralidad de las acciones que está llevando a cabo. Finalmente, los mercenarios ejecutan el golpe de estado, pero traicionan al comerciante y colocan en el poder a un «hombre bueno», un gobernante justo. Es la nobleza irreal al estilo Robin Hood. Sin embargo, en la trágica guerra de Ucrania pocos esperan un final de novela.
La legión es la fórmula usada por los ejércitos de diferentes países para legalizar e institucionalizar a los mercenarios, brindándoles una oportunidad de luchar en el frente a cambio de perdonar su pasado oscuro. En España, estos mercenarios se autodenominan 'novios de la muerte'. El presidente ruso debería haber entendido que los soldados de fortuna no se casan con nadie más.
Prigozhin ha acusado repetidamente al ministro de Defensa ruso y al jefe del Estado Mayor de incompetencia. Además, rechazó una orden del Ministerio de Defensa para hacerse con el mando de los mercenarios. El 24 de junio, unos 5.000 soldados de Wagner tomaron el control de la ciudad rusa meridional de Rostov y comenzaron a avanzar hacia Moscú con la intención de destituir a la cúpula militar. Después de un momento en el que parecía que Putin se tambaleaba en su trono, la crisis se resolvió tan abruptamente como había comenzado -mediante amenazas, concesiones y, probablemente, montones de dinero-, asegurando un exilio seguro para los miembros de Wagner en un país vecino. Desde allí, inevitablemente, volverán a la guerra. Su ley de vida es propagarse entre los frentes o desaparecer.
La novela de Forsyth se mece en la suave brisa del aventurero romántico, que sólo existe en las páginas de ficción. La verdad es que un mercenario es simplemente un matón con un arma. Y el enfrentamiento entre el líder de Wagner y Putin, al que vislumbro matices de cuestiones personales, no deja de recordarme aquella brutal pintura negra de Goya titulada 'Duelo a garrotazos' o 'La riña', donde dos hombres resuelven sus diferencias en una pelea sin reglas ni protocolos. En cualquier caso, Prigozhin debería tener los ojos muy abiertos por si cruzase la calle caminando hacia él un tipo fornido, pelo rapado al cero y portando un paraguas un día sin rastro de orbayu. Porque ese desconocido podría ser otro tipo de soldado a sueldo, para el que tenemos reservada la palabra 'sicario'.
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