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Viendo el segundo gol del Barcelona al Girona este domingo 30 de marzo, me acordé de Quini. Me di cuenta de que, en muchas ocasiones, ... pensaba en él, sin saberlo, cuando marcaba Lewandowski. Enrique Castro 'Quini' y Robert Lewandowski pertenecen a épocas distintas del fútbol español e internacional, y sin embargo, comparten muchas características. Una de las más obvias es su terrorífico instinto de cara a la portería. Pero hay varias otras similitudes que también son interesantes. Por ejemplo, Quini tenía, y Lewandowski tiene, esa rara habilidad que les permite adaptarse y destacar en cualquier sistema de juego.
Quini, no por nada apodado 'El Brujo', renunció al virtuosismo por la eficacia, a la estética por la contundencia, al adorno por la picardía y al «jogo bonito» por el gol, con magníficos resultados. Parecía entender el fútbol como un arte de anticipación. Lewandowski comparte esa misma capacidad de encontrarse en muchas ocasiones en el lugar correcto, como en el gol que comento al principio (y en muchos otros), desde donde tocar el balón para desequilibrar el partido.
Ni Quini dependía ni Lewandowski depende exclusivamente de sus compañeros para generar peligro; basta con que se acerque la pelota al área enemiga, haya llegado como haya llegado, para que su lectura del juego e inspiración letal los convierta en auténticos depredadores. Podríamos decir que la jugada y la emoción comienzan de nuevo, más que terminan, cuando llega el balón a sus botas.
Otra similitud clave radica en su consistencia goleadora. Quini acumuló 219 goles en la Primera División española, siendo cinco veces ganador del Trofeo Pichichi, lo que reflejó su capacidad para mantenerse como uno de los máximos anotadores a lo largo de las temporadas. Lewandowski ha sido uno de los máximos goleadores en múltiples temporadas de la Bundesliga y ahora de La Liga, y ha ganado dos Botas de Oro europeas. Los números del polaco son más abultados debido al contexto moderno del fútbol y la mayor cantidad de partidos disputados en competiciones internacionales, pero ambos comparten la consistencia y la tenacidad de los corredores de fondo.
En cuanto a su impacto colectivo, tanto Quini como Lewandowski han sido líderes dentro y fuera del campo. Quini fue y es un símbolo para equipos como el Sporting y el FC Barcelona. Su personalidad y bonhomía le convirtieron en un referente no solo profesional sino emocional para los aficionados. Y eso ya lo era cuando yo era un niño, y muchos de mis amigos querían ser como él, y su hermano salvó a dos niños de morir ahogados en el mar, sacrificando su propia vida para conseguirlo: un héroe.
Lewandowski también ha demostrado ser mucho más que un definidor; sin ser extraordinariamente creativo, su influencia táctica y capacidad para involucrar a sus compañeros lo han convertido en una pieza fundamental en equipos alemanes como el Bayern de Múnich y ahora en el FC Barcelona y en su selección nacional. Disciplinado y sacrificado, no provoca conflictos y emplea sus energías en convencer a sus seguidores, a sus detractores y a los demás jugadores de que su edad, pasada la barrera de los 35 años, no constituye ningún problema si, para ganar, hay que meter más goles que nadie.
Las diferencias entre Quini y Lewandowski reflejan las transformaciones del fútbol con el paso del tiempo. Quini jugó en una época en la que el físico tenía menos protagonismo y el talento individual era clave; su estilo era más intuitivo y dependía menos de la genética y del metabolismo musculares, algo necesario en los planteamientos de hoy en día, cuando Lewandowski puede enfrentarse a defensas con tres o cuatro centrales. El polaco representa al '9' moderno y, como Ibrahimovic o Haaland, combina técnica avanzada, presencia física dominante, atletismo, y versatilidad táctica que le permiten adaptarse a diferentes esquemas ofensivos. Otra diferencia radica en la ejecución de penaltis. Mientras que Quini era eficaz desde los 11 metros, pero nunca fue un especialista, el jugador polaco los ejecuta con precisión y un estilo personal e inconfundible.
«No diga gol, diga Kempes» (o, también, «No diga Kempes, diga gol») decían los argentinos y los hinchas del Valencia. El gol es el alma del fútbol. Los dos, Quini y Levandowski, son ejemplos perfectos de cómo el talento goleador puro, crudo y sin filigranas innecesarias trasciende generaciones. Eso es lo que parece que tendrá en común su legado rematador: ser sinónimos del gol.
He disfrutado viendo jugar a Maradona, Ronaldinho y Messi y también a Beckham, Mbappé y Cristiano Ronaldo, quienes representan precisión, rapidez y potencia frente al arco enemigo. Tengo que reconocer que no disfrutaba tanto con Lewandowski: sus características carecían de la brillantez arrebatadora de los otros. No lo admiraba hasta hace poco. Mientras veía ese gol del Barcelona al Girona, algo cambió dentro de mí. Ahora, cuando vea a Lewandowski meterse entre tres defensas y, arriesgando la tibia, empujar la pelota al fondo de la red, pensaré inevitablemente en Quini. Y, como usted, amigo lector, habrá entendido ya, eso lo cambia todo.
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