El patriarcado, con su compleja presencia e impacto, se encuentra en el centro de un debate que polariza a la sociedad. Es tentador, al examinar cualquier aspecto social, evitar mencionarlo y pasar página. Sin embargo, al hablar sobre cáncer es esencial abordar el posible papel ... del patriarcado con seriedad. Comencemos reconociendo que el enemigo de las mujeres (y del feminismo), al menos en cuestiones de cáncer y posiblemente en otros ámbitos, no es el hombre, sino un sistema social pernicioso que es mantenido tanto por hombres como por mujeres. Este sistema de poder genera y se apoya en desequilibrios estructurales que discriminan a la mujer en varios aspectos de su vida. El patriarcado no beneficia a las mujeres cuando están sanas y agrava aún más su situación cuando están enfermas.
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Las mujeres que reciben un diagnóstico de cáncer a menudo se ven silenciadas. Sus voces son ignoradas o se les niega el derecho a hablar a tiempo. Y ese tiempo de silencio crea riesgos innecesarios. En países donde el patriarcado prevalece, muchas mujeres carecen de recursos económicos para su atención médica y de la autonomía para decidir por sí mismas sobre sus cuerpos. Se les niega la capacidad de tomar decisiones cruciales sobre su salud, lo que resulta en diagnósticos tardíos y, en última instancia, en muertes que hubieran podido ser evitadas. Se ha calculado que cada año mueren prematuramente (antes de los 70 años) 2,3 millones de mujeres en el mundo debido al cáncer. Estas pacientes no son víctimas de la agresividad genética del cáncer ni de la trágica biología de un tumor (o al menos no sólo de ello), sino de un sistema social que limita sus derechos fundamentales, incluido el derecho a la salud. El Día Mundial contra el Cáncer, que se celebra el este domingo, es quizá un momento adecuado para reflexionar sobre este injusto panorama y tomar medidas para garantizar que todas las mujeres tengan acceso oportuno a la prevención y detección temprana del cáncer.
Y si las limitaciones a la salud se observan en países en desarrollo, y así se acepta con facilidad por quien tenga conocimiento de la opresión de las mujeres en ciertas naciones, no es tan diferente lo que ocurre en países con economías fuertes. En estos, como en aquellos, aunque las mujeres tienen más libertades y derechos, siguen estando subrepresentadas en roles de liderazgo en la investigación y la medicina oncológica. Por ejemplo, menos del 20% de las 100 mejores revistas de cáncer tienen una editora jefe. Allá arriba, donde se negocia la publicidad de la investigación y la medicina del cáncer, sigue reinando el hombre. Los artículos que se publican, los temas que se imponen como más trascendentes los deciden los hombres. Lo mismo ocurre en los servicios, departamentos y divisiones de los hospitales. Cuando se trata de cáncer, el liderazgo de la mujer sigue siendo menor del 20%. La notoria ausencia de la mujer en esas esferas tiene consecuencias. Y una de ellas podría explicar por qué la probabilidad de que una mujer muera de un cáncer relacionado con su anatomía y su biología es mayor que la de que un hombre muera de un tumor relacionado con la suya.
El patriarcado abarca una amplia gama de aspectos, lo que hace que la discriminación experimentada por las mujeres con cáncer sea transversal e interseccional, exacerbando la discriminación basada en el género cuando se añade a otras formas de marginalización como la raza, la etnia, el estatus migratorio, la situación socioeconómica y la independencia financiera. Una madre de una familia monoparental que sufre de cáncer tiene peor pronóstico que una mujer casada; el pronóstico es peor aún si se trata de una mujer con pocos recursos económicos, y empeora si la mujer no es de raza blanca. Todo ello hace que el diagnóstico de cáncer nunca sea neutral.
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Un estudio publicado en la revista 'Lancet', titulado 'Mujeres, poder y cáncer', ha revelado que, tras el diagnóstico de cáncer, las mujeres tienen de promedio una disminución del poder adquisitivo del 30%. Así que una mujer con cáncer de mama, por poner un ejemplo, puede, además de sufrir una enfermedad, que tiene un tratamiento súper agresivo, perder sus amigos, sus amantes, su autoestima y también mucho dinero, hasta llegar a la bancarrota. Y cuando el cáncer lo tiene otro miembro de la familia, la mujer se convierte en muchas ocasiones en la primera cuidadora: un trabajo en ocasiones de 24 horas al día y siete días por semana y que pocas veces está renumerado.
El patriarcado podría generar riesgos emergentes para sufrir cáncer. En este sentido, se está investigando si la amplia gama de productos cosméticos destinados a cuidar o conseguir un prototipo de belleza y una exaltación de una juventud postiza, promovido por estándares que en muchas ocasiones son machistas y racistas, contiene productos que podrían favorecer la aparición del cáncer. Por el momento, en Estados Unidos ya hay más casos de cáncer de piel relacionado con máquinas de bronceado de rayos UVA que casos de tumores de pulmón relacionado con el consumos de tabaco. No será fácil eliminar los productos de belleza, aunque se acumulen las pruebas contra ellos: nos ha costado mucho retirar del mercado los polvos de talco, usados en la higiene íntima femenina y relacionados con el cáncer de ovario.
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Como comento en 'Cuando el mundo se detiene. Cáncer: del mito a la esperanza', el patriarcado no sólo contribuye a las desigualdades de género en la atención al cáncer, sino que también perpetúa una serie de discriminaciones interconectadas que afectan a las mujeres en múltiples dimensiones de sus vidas. La lucha contra estas desigualdades implica no sólo cambios en la prevención y atención médica, y en el espectro de la investigación científica, sino también transformaciones profundas en las estructuras sociales y en los centros de decisión y poder.
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