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Un campo de refugiados al sur de Gaza. Afp

Tierra Santa

Los crímenes de Hamás y la represalia israelí obligan a pensar en las raíces étnicas y religiosas del conflicto

Juan Francisco Ferré

Martes, 17 de octubre 2023, 00:27

El horror no debería cegarnos, ni la condena ofuscarnos. Nadie con sensibilidad ética puede justificar los crímenes cometidos por Hamás contra el pueblo israelí. El rechazo que merece la izquierda radical por su apoyo a los bárbaros asesinatos y violaciones, sin distinguir entre el pueblo ... palestino y los sicarios que se erigen en sus defensores, es una prueba añadida de su confusión intelectual y sectarismo.

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Israel tampoco es inocente, que no se entusiasme la derecha. Su derecho a ocupar un territorio no está por encima de los derechos de otros pueblos, por más que el pueblo judío haya sido uno de los más perseguidos de la historia. Los crímenes nazis no legitiman a Israel, ni los crímenes israelíes legitiman las matanzas de los terroristas palestinos. El Estado de Israel tiene tanta legitimidad como el Estado de Palestina a ocupar las tierras que la historia le concede y la legislación internacional le reconoce, pero no más.

Cuando las raíces de la nación se fundan sobre la ortodoxia religiosa, bíblica o coránica, y la sacralización de la tierra, es difícil entenderse con otras naciones vecinas sin recurrir a la violencia más cruel. El absolutismo étnico, cultural, religioso y territorial caracteriza por igual al sector ultra de los israelíes, hoy en el gobierno, y a la facción yihadista de los palestinos, representada por Hamás. Este conflicto atávico, este choque total entre idearios nacionalistas, esta imposibilidad de habitar la misma tierra por dos credos monoteístas enfrentados a muerte, es el bucle político en que viven atrapados israelíes y palestinos desde siempre. El terror mutuo va unido así a la disputa permanente del territorio.

El fracaso americano y europeo es escandaloso. Las políticas occidentales, sus tentativas de controlar a Israel y corromper a los líderes palestinos con fondos fariseos, sin sacar a los ciudadanos de la miseria en que sobreviven en los guetos de Gaza y Cisjordania, se han revelado cínicas e inútiles. Quizá sea oportuno recordar, en este escenario de guerra expandida a nuestro continente, la matriz simbólica de la grandeza cultural de Europa. El hallazgo del sepulcro vacío de Jesucristo en Jerusalén. Esa ausencia traumática, como decía Hegel, creó el genio de la espiritualidad europea, plasmado en arte, música, literatura y filosofía. Árabes y judíos vivirán en paz solo cuando se liberen de las creencias fanáticas que llevan setenta y cinco años regando con sangre la tierra palestina. Suena a utopía naíf, lo reconozco.

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