Termina el carnaval electoral y respiramos aliviados, incluso sus protagonistas, hastiados del papelón de mendigar el voto a electores hartos de promesas circenses y discursos vacuos. Votar o no votar, he ahí el dilema. Estamos acostumbrados a llamar política a lo que ocurre en campaña ... y olvidamos que la verdadera política comienza el día después de ser elegido y se extiende hasta el momento en que los ciudadanos deciden revalidar tu posición, o apartarte del poder.
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Creer que Sánchez no se presentaba a estas elecciones era tan ingenuo como pensar que la compra de votos es una anomalía democrática. Para quienes planteaban un referéndum de censura a su gestión, en todo el país, estos comicios eran estratégicos. Y les ha salido bien. Los rotundos resultados revelan el signo del porvenir en aspectos que aún hoy se nos escapan. Votar o no votar ya no es el problema. Quién sale victorioso y con qué consecuencias es el escenario político que los guionistas a sueldo comienzan a confeccionar en tiempo real, con los datos en ebullición. Que el seísmo antisanchista y el vértigo del adelanto electoral no nos nublen el juicio. El partido ganador es la abstención. Por algo será.
Comprendo, en este contexto, la visita reciente del gurú Harari al doctor Sánchez. Las grandes mentes de nuestro tiempo tienen la obligación moral de conocerse y comunicarse. Me sorprende más que Harari haya venido a aprender de Sánchez lo que una inteligencia artificial de mediana instrucción le habría enseñado sin sesgo partidista. España no es racista, explica el ChatGPT cuando se le consulta, ni homófoba, ni xenófoba, por la sencilla razón de que España es un ente nacional y como tal carente de atributos personales. Racismo estructural, alegan los politólogos, confundiendo la olla a presión de los estadios con el sentir popular.
Vuelvo a interrogar al travieso oráculo del chat, como hicieron Sánchez y Tebas, y se contradice. España es racista, pero su imagen de marca internacional no puede serlo. El racismo es un asunto feo y no debe dejarse en manos de bromistas y tahúres. El futbolista Vinicius no ha vuelto a jugar y luego dicen que en España solo hay episodios de racismo, como si fuera una teleserie. Más vale no provocarlo, aconsejan los expertos. Que no se vea. Que no se escuche. Que no aparezca. Con eso se dan por contentos. Así de frívola es la hoguera de las vanidades de la corrección política. Qué farsa. Racistas somos todos hasta que se demuestre lo contrario. Ya está dicho.
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