Monumento al Dios desconocido
Juan Coronas
Profesor de Derecho jubilado
Jueves, 3 de abril 2025, 00:02
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Juan Coronas
Profesor de Derecho jubilado
Jueves, 3 de abril 2025, 00:02
Una parte de la cultura greco-romana la constituyó su Mitología en la que las divinidades eran numerosas: un dios Superior, Zeus para los griegos, ... y Júpiter para los romanos, doce dioses inferiores, para todas las actividades humanas, y otros más y por si acaso, les quedaba algún dios, también a él elevaron un monumento, al dios desconocido, sin olvidar otras divinidades de culturas más antiguas. Si elegimos a las divinidades greco-latinas es por su singularidad, al tener en cuenta su creencia firme en el más allá.
Griegos y romanos no consideraban suficientes sus dioses, podrían fallarles, y era imprescindible buscar la protección divina en cualquier dios sea cual fuere.
Lo que evidencia que griegos y romanos creían en la imperiosa existencia de un dios, el que fuera. Que llevaban dentro, ínsito en su naturaleza la necesidad de esperar en un más allá que garantizara un futuro seguro. Eran conscientes de su mortalidad, su finitud y, por ello, recurrieron a la idea del monumento al dios desconocido.
¿Y a qué viene este viaje a la cultura griega y romana? ¿Y hablar de dioses en nuestra época? Pues porque hay nuevos dioses. Zeus y Júpiter han sido sustituidos ¿Por quién? ¿Ahh?
Según la imposición oficial y correcta deben ser sustituidos por una cultura meramente humana, intrascendente, es decir, una sociedad donde los dioses no tienen sitio ni deben interferir en la actividad humana y, mucho menos, condicionarla.
El desconcierto que vive nuestra sociedad viene de negar nuestra trascendencia, en considerar que el único objetivo es el Poder, (militar, económico, social). Si somos intrascendentes, si solo somos un montón de órganos, regados de sangre, y nuestro fin es una caja de pino, explica ese desbarajuste y la descomposición de la sociedad. Y por el contrario.
Frente a la intrascendencia, se coloca la trascendencia, sin que ello implique la solución a las incontables situaciones críticas y sociales en su conjunto, porque no tenemos una evidencia científica. Falta la evidencia científica pero, aunque falta evidencia, algo existe en nuestro interior, de nombre innombrable, halo, alma, espíritu que nos agita, de forma continuada, y nos subleva, y que a quien se siente trascendente, le obliga y le conduce al mismo pensamiento al que llegaron griegos y romanos, a rendir homenaje a ese Dios Desconocido.
Un Dios desconocido que, desde que aparecieron sobre la tierra los seres humanos, recibió distintos nombres, símbolos, y multitudes de hombres y mujeres siguieron y siguen a aquel que predicaba las doctrinas provenientes de ese Dios desconocido.
Quizá todo lo anterior puede conducir a que a los ciudadanos que conforman esta sociedad, o algunos de ellos, les lleve un día a la hora de la brisa a una serena y apacible reflexión.
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