Pedro Sánchez ha cambiado de opinión y se ha convertido a la religión del verificador, del mediador, del relator. Decidió que su primer viaje presidencial no fuera ni a Francia, nuestros principales clientes, amigos y vecinos; ni a Marruecos, nuestro principal dolor de muelas, y ... sin embargo amigo. Sorprendentemente eligió el territorio en llamas de Oriente Próximo. Quizás quería ensayar el papel de mediador en un conflicto, antes de meterse de lleno en la mesa de negociación con los secesionistas catalanes que ha montado en Suiza como pago de su investidura. Nunca había defendido la amnistía, más bien lo contrario y había menospreciado el relator que le pidieron en 2019 Rufián y los de Waterloo. Pero en un volantazo inverosímil, mientras bailaba en la cuerda floja de una investidura improbable, se lanzó a la piscina: amnistía, 'lawfare', cláusula foral y mesa internacional con verificador profesional.
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Una vez logrados los siete votos de Puigdemont, para calentar motores de mediador y agitar emocionalmente a su bando progresista, Sánchez se fue al volcán israelí-palestino en plan relator internacional. Y, de forma torpe, le ha enseñado el camino al verificador que medie entre su partido y Junts. Cuando le dijo a Netanyahu que si la UE no reconoce un estado palestino «España lo hará unilateralmente», situó a España en una posición definitiva antes de cualquier negociación o diálogo. Es como si en la mesa de Suiza, el verificador abriese la sesión afirmando que o España permite que sólo los catalanes decidan sobre el futuro del territorio o su decisión será dar la razón a la parte secesionista y apoyar un referéndum de autodeterminación en Cataluña.
Los resultados de este desmañado ejercicio de alta diplomacia internacional también han sido catastróficos en otros terrenos, porque ha abierto una crisis diplomática de consecuencias imprevisibles con la única y gran democracia de Oriente Próximo. Y se ha ganado el aplauso de la mayor organización terrorista-islamista que, además, tiene sometido a su pueblo con puño de hierro en Gaza. Los israelíes, además, no olvidan en siglos. La experiencia que en España tenemos con los mediadores o verificadores se remite a la imposición de ETA poco antes de anunciar la renuncia a la violencia como arma política. Estaban derrotados. Infiltrados todos los comandos. Repudiados hasta por la parte de la sociedad que durante años les exculpó por aquello de las raíces del conflicto. Al asumir el Gobierno de Zapatero una negociación, la presencia de verificadores, la puesta en escena de su retirada, el relato que quedó fue confuso y equívoco sobre la derrota de ETA. Y políticamente a la izquierda abertzale le salió muy rentable.
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