Hacer turismo, viajar, tomar unos días de vacaciones, salir del lugar de residencia al precio que sea, se ha sacralizado como nunca después de los años del Covid y las consiguientes restricciones a la movilidad. El miedo a la enfermedad y la relativización de la ... vida han actuado como catalizadores para convertir las vacaciones y el consumo de ocio en un bien de primera necesidad. Ya se están batiendo todos los récord de visitas, de vuelos, de reservas, de entradas a parques nacionales, museos, calas mediterráneas, islas y playas. Y, cómo no, rebrota la turismo fobia, una especie de aversión al turismo y a los turistas en los lugares más afectados por los viajeros en masa. No sin razón porque en Venecia hay 21 turistas por cada habitante y en Dubrovnik (Croacia) gracias al imán de la serie Juego de Tronos, 36 turistas por habitante. En Barcelona y Baleares, y en menor medida en Bilbao, también están apareciendo los síntomas de rechazo al turismo.
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Ya en el siglo pasado Jean Mistler ironizaba: El turismo es la industria que consiste en transportar gentes que estarían mejor en su casa, a lugares que estarían mejor sin ellos». El Ayuntamiento de Amsterdam alarmado por las oleadas de visitantes que invaden sus barrios en busca de alcohol, alucinógenos y sexo, ha lanzado este slogan turístico: «No vengais». Es lo que se llama política de «desmaketing». O sea, disuadir a los visitantes potenciales de elegir ese destino. Quién lo diría hace unos años cuando la guerra por captar turistas parecía llevar al futuro Eldorado. Pero el tsunami turístico es imparable. No importa que los precios de los viajes en avión se hayan disparado y los hoteles de tres estrellas se paguen a precio de cinco. Hay una necesidad visceral de placer. Además, se detecta que después de la pandemia se está produciendo una demanda excepcional de los mejores hoteles, las habitaciones con vistas, ampliación de los días de estancia. No importa el precio. Así que la contradicción es que aumenta exponencialmente el flujo de turismo por todo el mundo y se dispara la estigmatización del visitante.
El hecho es que, por ejemplo, en Francia, el 80% de los turistas se concentra en el 20% del territorio. Y su caso es similar a los grandes destinos como Italia, Grecia, España, Crocia, Islandia. La hiperfrecuentación y/o el surturismo se han convertido en un problema grave que desborda a los municipios y les sitúa ante la encrucijada de limitar la entrada en sus comarcas a costa de frenar la economía local. Topes, tasas, cupos. La isla de Yeu en el noroeste francés no deja entrar a más de seis mil personas al día ; en la costa de Marsella hay que reservar sitio en Internet para ir a las calas, el Machu Pichu solo acepta dos mil quinientos visitantes y, en la isla de Pascua, también hay cupo. En España el fenómeno está en embrión pero la sobredensidad de población referente a visitantes a un destino turístico, obligará a poner puertas al campo.
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