En una entrevista callejera de televisión, al hilo de la reciente consulta del PSOE a su militancia, una veterana del partido responde con desparpajo al periodista cuando le preguntan sobre Felipe González: «Es de Vox, no está de acuerdo con nada de lo que dice ... el PSOE». Y cuando le recuerdan que Pedro Sánchez dijo que la amnistía era inconstitucional afirma: «Bueno, pues ahora ha dicho lo contrario y ya está». Es un caso puntual, pero concuerda con el hecho de que el 87% de los afiliados votaron afirmativamente a dejar a Sánchez las manos libres para pactar con los condenados por el 'procés', a pesar de que su líder les había advertido antes de la amnistía y la autodeterminación por ilegales y anticonstitucionales.
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Roto el bipartidismo imperfecto, el partido de Sánchez ha buscado formar con su izquierda más extrema y el nacionalismo independentista el bloque de poder necesario, cabalgando sus contradicciones sin sonrojo y con arrogancia. No importa vivir en la incoherencia. Y si para ganar hay que llamar president al fugado Puigdemont y sentar al número tres del partido, secretario de Organización, debajo de la fotografía del referéndum ilegal, pues no hay problema. Si hay que ordenar a la Fiscalía que cambie la calificación de terrorismo por desórdenes, tres días después de perder las elecciones, también. Si el partido que fue socialdemócrata tiene que aceptar los presupuestos social-populistas de un Estado asistencial, intervencionista y de fiscalidad extractiva, para garantizarse el apoyo de la extrema izquierda, lo supera sin pudor.
Se van dejando a jirones las señas de identidad y modernidad que Felipe González, Solchaga, Solana y posteriores generaciones, construyeron para europeizar y centrar al PSOE. Alguien ha comentado que los militantes del PSOE creen que asintiendo a los bandazos políticos de Sánchez siguen siendo socialistas. Esa capacidad de adaptación al paisaje, por encima de la división de poderes, de la visión constitucionalista, del régimen salido de la Transición, le hace imbatible en la carrera a la Moncloa. La política de la necesidad-virtud lo convierte en un partido volátil, pero flotante. Inconsistente y mudable pero con poder. Bueno, en realidad, con Gobierno. El poder está en otras manos. En la nueva urdimbre de fórmulas de captar apoyos populares para frenar el desgaste, también recurre a dos elementos esenciales aunque destructivos para la economía y la convivencia: el endeudamiento temerario del Estado y el comodín del franquismo. Esa es la fórmula del éxito.
Mientras la aritmética de los escaños le pueda dar un voto más, no habrá líneas rojas que no puedan ser superadas. Habrá investidura.
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