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Empieza un nuevo año y miles de españoles se harán la promesa de aprender inglés. Volverán a empezar los cursos gratis o pagando, en un grupo reducido, clases particulares o por la radio, con el simpático Mr. Vaughan. Ah, y Duolingo. Hay docenas de fórmulas. ... Promesas de dominar el idioma en seis semanas; otras aseguran el aprendizaje ¡sin esfuerzo». Y, enseguida, a ver las películas en versión original, a leer, como Sánchez, el NYT en el desayuno; a viajar por el mundo como Willy Fox dominando la lengua del imperio. Falsa ilusión. Frustración asegurada.
No tengo datos estadísticos pero puedo afirmar que la mayoría se rendirá frente al torturador idioma de las islas 'british' antes que borrarse del gimnasio. No en vano, hemos acuñado aquella definición de que el español es un individuo que se pasa la vida intentando aprender inglés. Yo creo que hay algo en nuestro genoma que impide la natural asimilación de esa lengua, con una estructura de las oraciones diferente a casi todos los idiomas, con su variedad de sonidos vocales y consonantes, con una gramática confusa llena de reglas y excepciones. Las tribus germánicas que llevaron a las islas su habla no pensaron en los ibéricos, ni en el latín. Además, nuestra historia está llena de anglofobia, desde Nelson al pirata Drake.
Ahora voy con Duolingo, esa aplicación cuya mascota es un búho que te persigue por tierra mar y aire para que no dejes de dar tu clase diaria online. Creo que bordea el acoso laboral. Y al final es solo un placebo. Yo también he caído en sus garras y me quita el sueño cuando me amenaza con que voy a perder la racha de cien días si no doy la clase un domingo por la tarde, apurando, deprimido, la última cerveza. Pero tras unos intentos voluntariosos para doblar el pulso al diabólico anglosajón he embarrancado en el mismo lugar que lo hice desde que entrando en la adolescencia mi madre compró aquel tocadiscos que promocionaba una empresa de idiomas (Eurovox) con mando atrás y adelante con un montón de discos de inglés.
Pasaron los meses y solo aprendí a recitar de memoria: Mis padres se han ido y mi amiga está aquí para el fin de semana. El paréntesis del bachillerato en La Salle, donde solo se aprendía francés, fue un espejismo. En París hasta tuve una profesora irlandesa con resultados parecidos. Y otra en Madrid que me dejó por imposible. Tuve que recurrir a un amigo, que demuestra que toda regla tiene su excepción, para que se examinase por mí de inglés so pena de no obtener el titulo de Ciencias de la Información. Sánchez es otra excepción. No solo en su dominio del inglés. Lo normal es que un español no lo aprenda en su vida. Así que nadie debería reprocharle a Feijóo por su ignorancia idiomática. Quizás por otras razones.
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