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Dice el saber popular que 'los árboles no dejan ver el bosque', expresando así el hecho de que, muchas veces, el estar inmerso en un problema impide tener una perspectiva del mismo que permita detectarlo, comprenderlo y abordarlo buscando soluciones. Como el bosque es grande ... y espeso y hay mucha niebla, en este artículo voy a contarles historias didácticas y reales, dejando en sus manos ver la relación con la situación actual. No les resultará difícil.
La primera está inspirada en la idea del historiador económico escocés Niall Ferguson (Glasglow, 1964), plasmada en su frase «la historia económica de la humanidad está marcada por las estafas propiciadas por aventureros y por algunos irresponsables gobernantes, teniendo en común todas ellas la avaricia desmedida, el afán de poder y la temeridad». Y como buen ejemplo se puede contar la historia de hace dos siglos de otro escocés, Gregor Mac Gregor, un hombre altanero y amante del lujo y la buena vida, el cual no reparó en medios para conseguir sus fines, sin tener el más mínimo pudor en ello. Mac Gregor era, básicamente, un hombre amoral, el cual tiene el dudoso honor de ser considerado por la revista 'The Economist' como el Rey de los Estafadores, aunque hay fuerte competencia para quitarle dicho trono.
Parece que a la vuelta de un viaje a América y utilizando una carta de presentación o recomendación (cuidado con este término) de Simón Bolívar, y aprovechando el conocimiento que tenía de una zona denominada Costa Mosquitos, entre las actuales Honduras y Nicaragua, difundió el bulo de que un tal Jorge Federico Augusto, supuesto Rey de Mosquitos, le había nombrado gobernador de Poyais, un territorio de un tamaño semejante a Gales. Según Mac Gregor, Poyais era un diamante en bruto y sólo necesitaba financiación y para eso estaba él, ofreciendo un jugoso interés, muy superior al del mercado, presentándose como un ser altruista desprovisto de todo afán de lucro que sólo buscaba la prosperidad del inexistente reino de Poyais y el beneficio de los incautos ahorradores que le entregaban sus ahorros a cambio de los 'Bonos de Poyais'.
Para apoyar su estafa, Mac Gregor diseñó una gran campaña publicitaria, llegando a comprar periódicos. En plena osadía, diseñó una bandera, un himno y un mapa para dicho país llamado Poyais. Las pinturas de la época dibujan a un individuo de aspecto chulesco y con un toque de perdonavidas. Visto lo fácil que le resultaba engañar a los incautos, 'expandió' su negocio, vendiendo tierras inexistentes e incluso llegó a fletar barcos para que los incautos pagasen el billete y fuesen a ver aquella zona infectada de mosquitos y malaria, a lo cual muy pocos sobrevivieron, matando así dos pájaros de un tiro. Dicen que años después, como buen timador y vende humos, Mac Gregó huyó a París, donde como 'bon vivant' repitió el proceso, disfrutando de sus fechorías dada su personalidad de psicópata amoral.
La segunda historia proviene del Caribe, en concreto de la República Dominicana, país del cual Joaquín Balaguer fue presidente en varias ocasiones. Recuerdo una entrevista con un Balaguer ya muy anciano, pero con una mente lúcida, el cual expuso su famosa 'Teoría de los seis dedos', de la cual soy un ferviente seguidor. Balaguer señalaba que los países son más inseguros y corruptos a medida que tienen una legislación más cambiante y compleja, porque resulta imposible, material e intelectualmente, comprender y retener toda esa maraña legislativa y, en consecuencia, ni queriendo se puede cumplir con toda la legislación. Llegados a ese punto, el gobierno de turno, expandiendo sus tentáculos a otros poderes y saltándose a la torera la independencia de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), que es la esencia de toda democracia, puede exigir de forma arbitraria a cualquier persona (el término ciudadano me parece generoso, más bien diría súbdito) el cumplimiento de una determinada norma legal, estando indefenso ante tal exigencia.
Balaguer ponía el ejemplo de que si hubiese una ley que penalizara a todo aquel que no tenga seis dedos, todos los ciudadanos estarían fuera de la ley y, a partir de ahí, se puede sancionar de forma arbitraria a quien se quiera, puesto que nadie tiene seis dedos. Pero, eso sí, ¡respetando escrupulosamente la ley!, la cual es imposible de cumplir dada su ambigüedad extrema y su enorme inestabilidad. Según la OCDE España es el país que tiene la mayor maraña legal (fiscal, laboral, mercantil, etc.), lo cual sitúa al ciudadano en una clara situación de inseguridad jurídica.
Y dentro de las conductas irresponsables, pero rentables para quien las lleva a cabo, merece la pena destacar las investigaciones de otro escocés, John Mirrlees (1936-2018), el cual fue laureado con el Premio Nobel de Economía del año 1996, compartido con otro grande del pensamiento económico-político, como es William Vickrey. Mirrless acuñó el término 'Riesgo moral', definido como «aquella conducta en la cual las consecuencias de los actos de una persona las asumen otros, lo cual la empuja a ser cada vez más irresponsable, asumiendo riesgos desmedidos». Otros dos galardonados con el Nobel de Economía, como el noruego Finn Kydland y el norteamericano Edward Prescott, vinculan dicho concepto del 'Riesgo moral' con la afición desmedida a generar déficit público y deuda, ya que las ventajas de asumir dicho gasto desbocado las disfrutan los gobernantes que generan el gasto y las consecuencias las pagan las siguientes generaciones.
Los tres escoceses (el historiador económico Ferguson, el estafador chulesco y amoral Mac Gregor y el Nobel Mirrless con su concepto de 'Riesgo moral'), nos permiten alejarnos del árbol y ver el bosque. Un bosque que está definido en la idea de la 'Teoría de los seis dedos' de Balaguer. Una dictadura burocrático-telemática.
Volviendo a Mac Gregor, la historia siempre se repite; su estafa estuvo cimentada sobre una mesa de cuatro patas llamadas así: Avaricia desmedida, temeridad, ceguera voluntaria de los estafados e información asimétrica (control de medios de comunicación, etc.). Los incautos estafados recibieron picaduras que transmitían malaria en lugar de intereses.
Decía el genial John Nash, célebre por sus brillantísimas aportaciones al campo de la Teoría de Juegos, que «para jugar una partida lo principal es tener claras las reglas del juego», cosa que no sucede. En un entorno con una brutal maraña legal, una burocracia telemática asfixiante que oprime al ciudadano o súbdito, una débil división de poderes, elecciones con listas cerradas y orden prefijado, un peso de los votos muy distinto según las zonas del territorio y un sistema electoral en el cual no hay dos vueltas, lo que conduce a que todo sea un inmundo mercado persa, muchos ciudadanos (perdón, súbditos), tenemos la percepción de que las cartas están marcadas y así es imposible ganar la partida.
Los altavoces dicen: ¡Hagan juego! La fiesta sigue… De momento, pero el zumbido de los mosquitos es cada vez más intenso.
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