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La deuda pública mundial ya alcanza los 100 billones de dólares, lo cual es equivalente al PIB mundial anual, y si prácticamente todos los países ... del mundo tienen deuda pública, la pregunta parece obligada y es la siguiente: «Si todos deben, ¿quiénes son los acreedores?». Aunque es cierto que, por ejemplo, China tiene en su poder un gran volumen de deuda pública de muchos países occidentales, la mayor parte de dichos títulos de deuda están en manos de ahorradores particulares, bien de forma directa o indirecta a través de fondos de inversión, etc.
Es decir, los estados deben cantidades ingentes a los ciudadanos, unas cifras que son casi impagables en el futuro. El montante de la deuda es tan abrumador que realmente sólo habrá tres vías de afrontarla. La primera es mediante una inflación elevada y duradera que haga que el valor real de esa deuda disminuya, aunque el remedio es casi peor que la enfermedad. La segunda sería mediante una quita, o sea que el tenedor de esa deuda pierda sus derechos, lo cual es profundamente injusto porque hace asumir el coste del problema a quien no lo ha generado. Y la tercera vía sería transformar la deuda pública en perpetua, como sucede como los 'consols' británicos, con lo cual los estados tendrían que pagar la carga financiera de la deuda, pero no devolver el capital. Todas ellas generarían penalidades para una parte de la población o para toda.
La razón de cómo se ha llegado a este punto es, fundamentalmente, que para los gobernantes resulta atractivo gastar porque así contentan al electorado, priorizando el hoy sobre el mañana. Los laureados con el Premio Nobel de Economía del año 2004, el noruego Finn Kydland (Stavanger, 1943) y el norteamericano Edward Prescott (New York, 1940-2022), advirtieron reiteradamente de que las consecuencias de esas posturas gastizas las tienen que afrontar los siguientes gobiernos y las siguientes generaciones, con lo cual estamos ante una situación como si en un restaurante cada uno pagase la factura de lo consumido por el anterior.
Ante ese escenario, todo el mundo consumiría a puro capricho, ya que sus antojos los paga el siguiente y su austeridad no le beneficia a él, sino al siguiente cliente. Es decir, estaríamos ante una situación, acuñada como 'riesgo moral' por los también laureados con el Nobel de Economía. En este caso, del año 1996, el británico James Mirrlees (1936-2018) y el canadiense William Vickrey (1914-1996), los cuales lo definen como «aquel acto cuyas consecuencias lo sufren otras personas distintas a las que lo cometen». El 'riesgo moral' puede tener retardo temporal, como es el caso de las consecuencias de la generación de déficits públicos que acumulan deuda pública que han de afrontar las siguientes generaciones.
Quedan lejos los tiempos, en el año 1970, cuando el norteamericano Peter Pyhrr introdujo una idea novedosa en la gestión empresarial, consistente en cuestionar cualquier partida presupuestaria, no dando ninguna por inamovible. La idea de Pyhrr supuso un terremoto en el estilo de gestión empresarial de las grandes industrias norteamericanas y fue adoptada por empresas iconos de la época como Westinghouse, Boeing, AT& T, etc.
Incluso, dos estilos de gestión distintos como fueron el del presidente demócrata Jimmy Carter, el rey del cacahuete y el republicano Ronald Reagan apostaron por introducir en la administración norteamericana aquel estilo de gestión novedoso, calificado popularmente como PBC, (Presupuesto Base Cero) o en inglés ZBB (Zero Based Budgeting). En realidad, Phyrr, con su idea, no es que descubriese nada nuevo, sólo trataba de cuestionar uno por uno todos los costes existentes en una organización (estado, empresa, familia, etc.), no dando nada por intocable. Hacer eso en una empresa privada puede resultar difícil, pero hacerlo en el sector público es extremadamente difícil. Sobre todo… porque el dinero es de otros.
En España, la extrema descentralización, la corrupción y el absurdo sentimiento que hay a nivel de calle de que «el dinero público no es de nadie» hace que la gestión sea justo la contraria a la defendida por Phyrr, alcanzando en España la deuda pública ya los 1,65 billones de euros (da igual que el dinero lo deba el Estado que los ayuntamientos que las comunidades autónomas; cambiar las facturas de bolsillo nunca fue la solución para pagar las deudas).
Resaltan iconos de la Economía Conductual como Dan Ariely, Daniel Kahneman, Vernon Smith o Amos Tversky que el ser humano tiene dificultad para comprender el significado de las grandes cifras y, por eso, aconsejan traducirlas a otro tipo de unidades más 'entendibles' para el ciudadano de a pie. Por ejemplo, la deuda pública española es equivalente a 48 millones de coches nuevos de gama media. El concepto que hay de las finanzas públicas es justo el opuesto al que representa la idea de Phyrr, ya que no se piensa en cómo se podría recortar gastos prestando los mismos servicios al ciudadano, sino que se parte de que la base de gasto es totalmente intocable e, incluso, si hace falta se aumenta más para captar adeptos y a partir de ahí se piensa en cómo obtener esa cantidad de dinero anualmente y la que no se puede conseguir va a deuda, dejándoles esa herencia negativa a las siguientes generaciones.
Dice el saber popular que «el ojo del amo engorda el caballo» o, lo que es lo mismo, que el estar vigilante y atento sobre un negocio hace que las cosas vayan bien, mientras que la desidia y el sentimiento de que lo público no es de nadie genera todo lo contrario. Eso explica muchas cosas. Y lo lamentable es que la deuda no se está generando por invertir en sanidad y educación, sino por una burocracia desbocada y omnímoda. Aunque la protección social sirva como excusa para el gasto público creciente, la realidad es que la mejor política social y económica es la preventiva. Es decir, la que evita que haya pobres, no la que los genera y luego les da ayudas y subsidios. El famoso historiador, cónsul, gobernador y senador del Imperio Romano Cornelio Tácito decía que «cuanto más compleja sea la legislación de un país, más burocracia haya y mayor sea la descentralización, mayor será la corrupción existente».
Si tuviese que definir lo que es España en estos momentos a nivel socio-económico, diría que es más fácil pasar de clase media a pobre que de pobre a clase media. Y creo que eso lo dice todo.
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